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Una noche para limpiarnos de todo mal

24/06/2024
 Actualizado a 24/06/2024
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Escribo horas antes de la noche de San Juan. Pronto estarán en el agua las ‘herbas de namorar’, o, más bien, aquellas que limpian todo mal a la mañana siguiente. En Galicia se llaman ‘espantademos’. Y también están la malva, el fiuncho, la xesta. La magia del bosque, del agua, nos ha salvado en muchos relatos, en los cuentos infantiles, pero creo que necesitamos esa magia precisamente ahora, en la edad adulta. Como vivimos tiempos atroces, en los que crece el autoritarismo y muchos aceptan los mensajes irresponsables (ahí tienen a Milei, el hombre motosierra, el hombre ruido, impartiendo sus lecciones por Europa…), no faltan los que niegan el daño del hombre a la naturaleza: ¡aunque lo tengan en sus mismas narices, oiga!

Pero el tiempo va imponiendo sus razones. Lamentablemente. Volver al poder de las plantas y las flores en la noche de San Juan, más allá del pensamiento mítico, tiene mucho de comunión con la naturaleza, la única que de verdad puede salvarnos. Incluso a pesar de nosotros mismos. De niños, los que nacimos en el campo y nos pasamos la infancia en huertas umbrías y eras soleadas, dábamos por hecho que aquello duraría para siempre. No nos cuestionábamos la fragilidad que llegaría a aquel mundo, aunque recuerdo pinos y chopos talados con saña, por razones peregrinas. Eso sigue pasando. ¡Qué facilidad para cortar árboles en una tierra que necesita muchísimos más! Pero, alimentados por el Porma, el río de la vida, y por la memoria de los prados, nunca pensamos que llegaría un momento en el que aquel universo protector emitiría graves señales de alarma.

Resulta difícil saber en qué momento ha empezado a imponerse un pensamiento intolerante. No sólo hablo del espantoso ridículo de Milei, que imparte doctrina en Europa, creyéndose un nuevo mesías salvapatrias, con sus eslóganes pueriles. Doy por hecho que muchos no comprarán su surrealista discurso, aún queda lugar para la sensatez, espero, aunque produzca su aquel de hilaridad. La política debe huir de todo tipo de mesías y salvadores. Es una épica vulgar y cutre. La verdad está, mucho más, en las voces bajas, incluso en el silencio. Pero el silencio demanda inteligencia, y es difícil llenarlo, salvo con aclamaciones desmesuradas y afirmaciones solemnes, toda esa palabrería verbenera que hoy se impone.

Habrá que confiar en que no hemos perdido totalmente la cabeza. Pero hay motivos para el desánimo, incluso en esta Europa multicultural, en este continente en el que se acumulan capas y capas de arte y pensamiento, en este lugar de encuentros, invasiones, sincretismos, convivencias. Contemplo el panorama y apenas lo reconozco. Nunca pensé que podríamos volver al pensamiento retrógrado, inmovilista, a la mirada corta y limitada. No es posible es un lugar así. Un lugar construido desde la diversidad. Nada puede hacerse sin ella. Nada es posible sin la apertura. Sin los otros. Es más: necesitamos a los otros. La cerrazón en un mundo abierto no sólo es imposible, sino que es absurda y empobrecedora. Europa ha de ser apertura, porque el crecimiento, el desarrollo, depende siempre de los otros. Depende de la colaboración, del trabajo en equipo. Y sí, de la generosidad. Una tierra que no es generosa está condenada el fracaso. Y otras tierras fueron generosas en el pasado (¡y lo son en el presente!) con nosotros. Claro que también son estos tiempos de memoria frágil. 

El solsticio de verano invita a la renovación, al cambio radical. Estoy esperando las hogueras nocturnas para quemar en ellas todo lo que nos sobra. Los viejos ropajes del corazón deben ir a la hoguera. Las intolerancias deberían arder esta noche, mientras saltamos olímpicamente el largo cuerno de la hoguera. La purificación es real, si uno quiere ponerla en marcha. Y, entre tanto nuevo santón, entre tanto hechicero de pacotilla, entre tanto salvador y mesías impartiendo doctrinas risibles, convendría lanzar a la hoguera toda la vanidad. ¡Los libros arden mal, como dice Manolo Rivas, pero la vanidad, eso espero, podría consumirse en sí misma, en su propio fuego, en su propio jugo, como arbusto erradicado! Qué noche más perfecta para limpiarnos de esas capas de vana suficiencia, para lanzar al fuego todos los autoritarismos pueriles. ¡Y también la motosierra! 

Pasé algunas noches de San Juan en Irlanda, mi segunda patria sentimental, como ya conté aquí. Con mi amigo, el poeta Paddy Bushe, en aquellas tierras de Kerry, a las que, por lo visto, llegó el druida Amergin desde las costas de A Coruña. Así se invadió Irlanda desde el norte de Iberia, cuenta el mito: la ‘Invocación a Irlanda’ de Amergin sirvió para detener la tormenta en las costas de Kerry, tras una retirada preventiva de nueve olas, y así los guerreros de Amergin, poetas y guerreros, pusieron el pie en las arenas a las que el barco había arribado desde el territorio de Breogán y enviaron a los reyes pobladores a las profundidades, donde se convirtieron en hadas (no siempre benefactoras). En mañanas claras, desde la Torre de Hércules se veía Irlanda, dicen las historias. Allí hicimos crecer hogueras, recitamos poemas, escuchamos una música que nos mezclaba con el agua y la tierra: en una ocasión con la presencia de Manolo Rivas y Carlos Núñez, por ejemplo, tan irlandeses también. Los mejores poetas pasaron por aquellas noches del solsticio, dieron sentido a la creencia de que nos libraríamos de todo mal, sólo por transitar por tierras míticas, por lugares prehistóricos. Y, de mañana, atravesamos el Lough Currane, en el que Chaplin pescó algunos salmones, y nos dirigimos en silencio a la Church Island, donde duermen los restos de un monasterio del siglo XII. Aquellos días de San Juan tal vez ya no regresen. Quizás no volveremos a recrearnos en el espíritu de otro tiempo, a comulgar de aquella manera con la tierra. 

Ojalá fuera todo tan fácil como lavarnos la cara con el agua en la que hemos dejado reposar las hierbas mágicas de San Juan, para que al amanecer nos transmitan todo su poder. Ojalá saltar las hogueras y quemar lo que nos sobra fuera tan eficaz. Pero en eso tenemos que creer. Me resulta más fácil confiar en el impulso de la magia, en la fuerza de los sueños, en la energía colectiva, que en ninguna otra cosa. Ojalá todo esto nos limpie, en efecto, de todo mal. Que nos sirva para despertar de esta pesadilla autoritaria que parece amasarse en el horizonte de nuestros días. El verano se abre ante nosotros con una promesa de luz y libertad, pero también con graves amenazas (temperaturas disparadas, intolerancias en marcha, un mundo en el que crecen guerras atroces). Todo el mal para el fuego. Y agua mágica para lavar los ojos. 

 

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