Tengo unas ganas enormes de que llegue el día de Reyes y todo este estaribel de los anuncios en la televisión pase a mejor vida, mayormente porque estoy hasta los cojones de que me llamen «gocho» a todas las horas del día y de la noche. El noventa por ciento de los anuncios son de colonia y no de las baratas, tipo ‘Varón Dandy’ o ‘Williams’, como los jugadores del Athlétic. Son carísimas y de marcas tan famosas como ‘Carolina Herrera’, ‘Paco Rabanne’ o ‘Elizabeth Arden’...; un sin dios, se mire por dónde se mire. Además, en los anuncios de marras salen los chicos y las chicas más guapos del mundo mundial, como queriéndote explicar que si compras esa especie de bálsamo de Fierabrás te vuelves como ellos, haciéndote olvidar que estás gordo como una tapia, o calvo, o con unas arrugas que pareces una pasa. Todo, ¡claro!, es hacerle el juego al capitalismo más salvaje e injusto, el que logra que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. ¿Un ejemplo? El otro día, el domingo pasado, dijeron en el Telediario que los españoles nos íbamos a gastar 700 euros por barba en regalos para la familia y los amigos. ¿En serio...? Ya sabemos cómo se hacen las cuentas en estos casos (entre mi jefe y yo cobramos cinco mil euracos al mes; yo cobro mil y él cuatro mil), pero, así y todo, la cosa chirría. Uno, por ejemplo, ha gastado en esos regalos una cantidad que no llega a cincuenta pavos y no soy ningún rata, ni mucho menos; ¿cuánto habrá gastado el Ceo de Iberdrola o del Santander? Da vértigo sólo pensarlo; y da mucha pena, porque es un signo de desigualdad que asusta a poco que tengas algo de conciencia. Supongo que hay que conformarse porque nuestra sociedad está montada así y no tiene remedio, por lo menos a corto plazo.
Aunque el artículo de hoy se titule ‘noche vieja’, voy a adelantarme un poco al calendario y a rogar al año 2024 para que traiga con él alguna cosa que mejore el mundo: no, no voy a pedir por la Paz del mundo ni por la igualdad entre los humanos, sean hombres y mujeres; en primer lugar, no soy un primaveras y en segundo, no quiero que algún espabilado me llame «la venezolana», porque es lo que suele pedir alguna súbdita de ese país cuando es coronada ‘Miss Universo’, cosa que sucede muy a menudo. Además, en España ya tuvimos un político qué sí que era ‘la venezolana’: José Luis Rodríguez Zapatero y la cosa, para él, no terminó del todo bien, aunque luego se reconvirtió a mediador de entuertos y desafueros y le va viento en popa, a toda vela.
Quisiera comenzar mi lista de peticiones con una a la Junta de Castilla y León, esa desgracia: por favor, dejen de tener al personal que se dedica a curarnos y a enseñarnos como puta por rastrojo. No se puede entender que muchos médicos y enfermeras tengan cientos de contratos al año de un día. Sólo se le puede ocurrir al que asó la manteca o a uno que tiene una salud a prueba de bombas, porque, de lo contrario, no lo haría, no vaya a ser que acuda a una consulta y le reconozca el galeno y lo mande a tomar por dónde pican los pepinos. Y, los maestros y profesores, tres cuartos de lo mismo. Es inimaginable que, habiendo plazas sin cubrir (y no deben de ser pocas), tenga a cientos de enseñantes con contratos de un año, en el mejor de los casos, peregrinado por pueblos y ciudades distintas cada año siendo esta comunidad más larga y ancha que un mes de ayuno y abstinencia. Además, según una noticia del periódico que estáis leyendo, los sanitarios cobran hoy un veinte por ciento menos, en términos relativos, que hace dos décadas. Para llorar...
Otra petición y acabo, que no quiero amargarme: dejen de tratar a los agricultores, a los ganaderos y a los pescadores como apestados. Ser agricultor o ganadero en estos tiempos de tribulación es una heroicidad, como poco. Les pagan poco y mal por lo que producen y, en cambio, ellos tienen que pagar más que nunca por productos imprescindibles para su oficio. Han subido las semillas, los abonos, los sulfatos, la hierba, la paja o la alfalfa que come su ganado; no digamos el pienso, que es, comparando, tan caro como el caviar que se jalan los ricachones. Y es más cara la luz, la maquinaria y casi siempre el gasoil. Con estas mimbres, no es de extrañar que cientos de explotaciones se cierren todos los años, con lo que no nos queda más remedio que importar de otros países (sobre todo de Marruecos), los productos que antes producíamos aquí. Tampoco ayudan, en absoluto, las políticas ‘verdes’ que implementa Europa pero que se quedan en nada en el resto de los países con los que tenemos firmados acuerdos comerciales y que van desde Argentina al ya mentado Marruecos.
No os quiero cansar más, por lo que me despido deseándoos una feliz salida y entrada de año. Salud y anarquía.