No vamos ahora a hacer ninguna crónica anticipada de la nochebuena en esta localidad valenciana, tan duramente castigada por la dana, ni tampoco a hablar de su programación, pues la desconocemos. Donde dice Paiporta podemos poner cualquier otro lugar de Valencia, de Palestina, de Líbano o de otra parte del mundo donde hay muerte, miseria, desolación… O, sencillamente, podemos pensar en cualquier familia entre nosotros que haya recibido la visita de la muerte durante estos días. A primera vista se diría que esto contrasta con la felicidad que parece reinar en una noche tan significativa en muchos hogares en los que se reúne la familia en torno a una mesa repleta de suculentos manjares.
La pregunta que nos hacemos es si tiene sentido la Navidad cuando uno lo ha perdido todo, se ha quedado sin casa, sin trabajo y especialmente sin algunos seres queridos. Habrá quien piense que no tiene sentido ninguno. Y otros pensamos que el misterio que se celebra en Navidad da sentido a todo, a la vida y a la muerte.
Recuerdo las entrañables cenas de nochebuena y en general las navidades en los primeros años de la vida. Hasta que un día por estas fechas nos anunciaron la grave enfermedad de un ser muy querido y joven, mi padrino. Mientras tratábamos de cenar en nochebuena, él agonizaba en la habitación de al lado y murió en la noche de fin de año. Sin duda fueron unas navidades distintas. Pero lo que en principio podría parecer un motivo para sentir una enorme decepción, fue una experiencia para ayudar a descubrir el verdadero sentido de la Navidad, que va mucho más allá de lo que vende la sociedad de consumo.
No tendría sentido celebrar el nacimiento de un niño después de más de dos mil años con tanta solemnidad si fuera un niño cualquiera. Si, además, murió condenado a muerte en una cruz, como los esclavos, tras un rotundo fracaso, ¿cómo se explica que se siga tomando en serio veinte siglos más tarde? Sería difícil de explicar sin su resurrección y sin admitir su condición de Hijo de Dios. De no ser así, celebrar la Navidad es un contrasentido. Pero, si aceptamos a Jesucristo como siempre lo hemos aceptado los cristianos, tenemos motivos para pensar que, gracias a él, la vida y la muerte tienen sentido. Pensar lo contrario equivaldrá a resignarse a admitir que la vida es absurda, que las alegrías de este mundo, incluidas las cenas de nochebuena, son pan para hoy y hambre para mañana. Unos dirán simplemente «Felices fiestas», pero otros decimos «Feliz Navidad».