Acaba de empezar el periodo navideño con el soniquete inconfundible de los niños, y niñas, de San Ildefonso cantando la lotería, si bien una vez adaptada a los euros, que, sin menor duda, tienen menos gracia que aquellas pesetas con las que nos criamos los que tenemos ya unos cuantos años.
Como en todas las costumbres que, con el paso del tiempo se van modificando, en mis tiempos, y en los de otros muchos, el papá Noel, no era tan conocido ni rico como ahora que colabora en la Navidad anticipándose a los Reyes Magos a la hora de traer regalos a niños y mayores.
Eran tiempos de menos lucidez en las calles por la escasez de luminarias instaladas entonces. En cualquier caso a los chavales nos hacia una ilusión inusitada el estar metidos en el bullicio de las vacaciones con todo el tiempo del mundo para jugar con los amigos, sobre todo si estas venían acompañadas de copiosas nevadas (no sabíamos lo que era el cambio climático) que constituían la materia prima con la que se hacían aquellos muñecos de nieve, los cuales, con un par de ovoides de carbón haciendo de ojos, una zanahoria de nariz, una escoba sujetada por un imaginario brazo, y una bufanda vieja, le daba cierto aire de persona para mayor divertimento entre los transeúntes y conocidos de la calle.
La nieve era esperada por los chicos como si fuera el Maná que nos proporcionaba, en vez de alimentos bíblicos, munición para contrarrestar las guerras con chicos de otros barrios y para hacer barrabasadas tirando bolas a las indefensas chicas cuando al entrar y salir de clase tenían que pasar, casi de manera obligatoria, por territorios dominados por los inconscientes chicos, los cuales, nos creíamos, en nuestra ignorancia supina, que con tales comportamientos reafirmábamos nuestra creída hombría.
A lo que íbamos, que era la celebración de la Nochebuena, entonces casi sin excepción se celebraba en las casas, si bien al finalizar la cena se hacia algún escarceo a viviendas de amigos y amigas vecinos del barrio para cantar villancicos, o lo que terciara, mientras se tomaba Sidra El Gaitero, que era la bebida, sin lugar a dudas, de mayor protagonismo en las casas de aquella clase media, o casi, en las que el cava (entonces decíamos champán) rara vez entraba en las casas debido a su alto precio. Además tenía que competir con la familiar sidra achampanada de nuestra vecina Asturias, que solía ser la preferida, y autorizada para las mujeres y la gente menuda, la cual acompañando a un trozo de turrón a elegir, duro o blando, y un pitillo de rubio cuando rozabas la mayoría de edad, completaban lo excepcional de la noche en la que se permitía el fumar un pitillo de Bisonte o Chesterfield, en presencia de los padres, sin distinción de sexos.
No puedo obviar el control que hacíamos de los obsequios, más que merecidos, que se hacían a los guardias urbanos como compensación a las horas y el frío que pasaban a pie firme en los cruces de las calles dirigiendo el trafico durante el año, hiciera frío o calor.
Como el sueldo era escaso, otros servidores de lo público, provistos de una humilde tarjeta, te felicitaban las pascuas a fin de llevar para casa un dinerillo extra que compensara lo escaso de los sueldos y salarios que los ayuntamientos pagaban (ahora es otra cosa).
Recuerdo contar a un señor mayor aquello de: ¡que, hija!,: ¿esta leche es leche buena?, a lo que ella contestaba, si hombre sí, y mañana Navidad.
Felices pascuas a todos, sin distinción de género, ni de ideología política, que esto no ha hecho más que empezar.