No se normal, ni habitual, que un ciudadano del Esla, ese río que lleva al Duero toda la nieve de la montaña leonesa, junto con los rumores de las riberas y los Campos Góticos (media historia de España en definitiva) y que el Duero, encajonado en los Arribes y en los viñedos en cuesta se lo entrega al mar más grande y más espeso por el que han emigrado nuestros antepasados en busca de otros imposibles horizontes... Decía que no es normal que alguien como este cronista se pasee estos días por los pinares Vallesanos de Cataluña, rodeado de perros y jabalíes, entonando villancicos y añorando un desayuno de sopas de ajo con torreznos...
Pero es que ya nada es normal a partir de los ochenta años «requetecumplidos». Y eso hay que asumirlo. Hay que aferrarse a la nostalgia, siguiendo las enseñanzas del amigo Mateo, despreciando, como el mismo nos enseña, la melancolía como ese mal maligno que nunca conduce a nadie a buen puerto. Nadie olvidará aquel muchacho que el nos cuenta que llegó desde su pueblo a la ciudad a visitar a sus primos pequeños y estos fueron muriendo poco a poco y una vecina la preguntó en la escalera ¿Qué les hiciste? y el respondió, llorando: Yo lo único que hice fue quererlos.
Los ramos de Navidad que proliferan en los pueblos no son más que lazos que nos siguen atando a aquellas tierras que nos dieron de mamar, pero que luego, andando el tiempo, no pudieron retenernos. Y no por culpa suya. Ni de los que se quedaron ni de los que se fueron. Los tiempos mandan y cada cual se tiene que buscar las habichuelas donde puede. Y lo que no hay en León son habichuelas. Apenas quedan para unos pocos y esos bienaventurados hacen bien en aprovechar su suerte. Y cuando alguien les pregunte por nosotros, los del exilio, ellos podrán responder como aquel muchacho del libro de Luis Mateo: Yo lo único que hice fue quererlos.
Hay una canción que este cronista suele escuchar por estas fechas. Es aquella en la que una joven en la gran ciudad (se supone que Nueva York) camina, al atardecer frío y húmedo, por una calle casi desierta y escucha una puerta se abre y un hombre mayor que asoma su cabeza para expulsar el humo de su cigarro, y que al verla, le invita a entrar: «Ven a brindar con vino rojo de mi tierra natal, un vino griego que te hará suspirar, con el deseo del volver, al hogar»
Nos es normal que un leonés anciano pasee así un día de nostalgia como este.