«Érase una vez un nómada caído del cielo que llegó casi por casualidad al reino del león rampante. Allí conoció a su hada madrina, quien le aconsejó visitar uno de los muchos palacios que llenaban la ciudad de espíritu crítico y de, a veces, malintencionada honestidad. El nómada, reticente por su experiencia pasada en este tipo de edificios, dudaba sobre embarcarse en esa aventura, aunque fuera por un breve periodo de tiempo. Pero su hada madrina supo utilizar las palabras adecuadas: ‘ese lugar ha sido la cura de muchos’.
Y así fue. Su paso por aquella ciudadela le cautivó desde el primer momento. Quedó impresionado por los dos vigilantes nocturnos que se aseguraban de que las puertas quedaran bien cerradas al caer la noche; de los tres observadores capaces de captar momentos que se escapan a los ojos de los comunes; y del encargado de conseguir que el palacio funcionara cada día.
Pero el mayor impacto se lo llevó con las personas que habitaban la base de la fortaleza. Seres humildes, solidarios y trabajadores que se desgañitaban cada día para mantener la integridad de las paredes entre las que pasaban la mayor parte de su vida. Seres fantásticos capaces de embestir a un toro; resumir historias en una sola frase; encantar sirenas con la magia de su voz; iluminar el día más oscuro solo con su presencia; descifrar las capacidades físicas de los seres ajenos; salvaguardar la historia del reino como si de una bibliografía andante se tratase; bucear en lo más profundo para encontrar tesoros escondidos; y poder adaptarse a cada situación con la facilidad de un ‘cambiaformas’.
El nómada grabó en su memoria cada detalle de su paso por aquel mundo mágico del que podría escribir historias que solo los mejores trovadores serían capaces de interpretar. Tras cumplirse la predicción del hada madrina, el viajero no podía engañar a su naturaleza y tuvo que seguir caminando hacia nuevos destinos que le permitieran encontrar su lugar en el universo. Y es que al final la vida consiste en cambiar, evolucionar, crecer y conocer gente que le dé un poco de sentido al paréntesis entre una nada y otra nada en la que se resume la existencia».
Posiblemente el periodismo sea la profesión más denostada en la actualidad, quizá solo por detrás de la política. Son dos temáticas a las que no me cuesta reconocer mi admiración, al final me gusta llevar por bandera la frase «siempre a favor de los malvados». Porque una buena película de superhéroes necesita de un gran villano para triunfar. Tal vez los periodistas, los empresarios y el abrazo del amigo político hayan ensuciado una estampa que siempre se ha exigido impoluta, pero todas las profesiones cambian y la que nos atañe no iba a ser una excepción.
Para bien o para mal, el tiempo, la evolución y las tendencias obligan a bailar al son del poderoso caballero don dinero haciendo malabarismos con la integridad y la actualidad, los amigos y los escándalos. Serán las nuevas generaciones las encargadas de cambiar con las nuevas corrientes y adaptarse por conseguir la mejor versión de este ‘neoperiodismo’.
En este aspecto la ciudad de León puede respirar tranquila. Porque las canteras leonesas están repletas de jóvenes talentos. He vivido en varias ciudades a lo largo de mi ya no tan corta vida, y puedo expresar con rotundidad que el periodismo leonés tiene un relevo generacional de primer nivel. Jamás he sentido un ambiente de compañerismo entre medios como el que se vive aquí, se pueden salvar excepciones, pero a nadie se le caen los clicks por compartir un audio de una rueda de prensa a la que otro compañero no pudo asistir y nunca faltan los brazos hercúleos que se ofrecen a sujetar varios micrófonos con una mano durante un canutazo de rabiosa actualidad.
Esta profesión siempre cargará con la lacra de que todo el mundo crea que podría hacerlo mejor, que ellos son más íntegros, más neutrales o que nunca se equivocan. Algo que no ocurre con un piloto de avión o un ingeniero de caminos, sí que pasa con los periodistas que intentan simplificar hechos complicados para que cualquiera pueda comprenderlos. Y de ahí la falta de perspectiva de la audiencia, entrar en casa de todos genera que te tomen por alguien de la familia a quien pueden (y es necesario) criticar.
No seré yo el que defienda el periodismo actual, pero sí me encontrarás de frente para defender a los profesionales que verdaderamente lo son. No hablo de aquellos que se mueven por la rabia, que solo buscan generar odio para conseguir ser virales en redes a golpe de mentiras. Hablo de las personas entregadas a su vocación y que pasan días enteros en las redacciones por un sueldo mal pagado y teniendo que aguantar quejas por las cosas que se cuentan, por las que no, por las que se cuentan con la versión de unos y por las que no quieren que sean contadas.
La comunicación es esencial en la sociedad actual, como lo fue un monumento o una obra de arte en la antigüedad, y conseguir sacar adelante un medio de comunicación se gesta con el sudor de buenas personas que luchan a diario para que no les apaguen la llama que les motivó a emprender el camino del periodismo. Porque una mala persona jamás podrá ser un buen periodista. Porque por suerte, León está lleno de buenas personas preparadas para evolucionar ante Los Nuevos Comienzos.