Angel Suárez 2024

Nunca fuimos ángeles

23/03/2024
 Actualizado a 23/03/2024
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La víspera del Viernes de Dolores, tras un par de semanas cargadas de trifulcas cofrades, publicaba su columna en estas páginas David Iglesias pidiendo para esta Semana Santa «paz y buena puja», y un poco más de responsabilidad y de ejemplaridad en un momento en el que sorprende el número de niños y jóvenes que están inscribiéndose en nuestras cofradías y hermandades. También el obispo don Luis Ángel demostró hasta qué punto nos ha tomado la medida en el corto espacio de tiempo que lleva al frente de la diócesis cuando, dirigiéndose a todas ellas, lanzaba dos ideas muy sencillas. La primera era «hermandad» –cofradía viene de frates–, y la segunda «no compitáis». Peras al olmo, pide el prelado. Y en parecido sentido editorializaba el jueves La Nueva Crónica sobre las polémicas semanasanteras que han presidido el tramo final de esta cuaresma, mostrando, según el autor, actitudes y comportamientos radicalmente contrarios a lo que se supone que significan las celebraciones religiosas que se avecinan.

No entraré en las polémicas aludidas, la mayoría de las cuales no tiene más fondo que las ganas de algunos de hacer montañas de granos de arena, y sí diré que comparto íntegramente las denuncias a las que he hecho mención. Salvo por un matiz: el del escándalo.

Desde los tiempos de Caín y Abel no conozco humana asociación en la que no se hayan dado toda clase de envidias y rencores. Viendo lo que vemos todos los días desde el ámbito de la política y de los medios de comunicación, hasta el más cercano de nuestros trabajos e incluso de muchas familias ¿vamos a rasgarnos las vestiduras por el hecho de que los cofrades se metan el dedo en el ojo? ¿Acaso alguien piensa que los cristianos somos menos humanos que el resto de la especie? Lo que representan las celebraciones religiosas de estos días no es precisamente, como parece dar a entender el editorial del pasado jueves, la tolerancia y la concordia, sino todo lo contrario: que los mismos que aclamaron a Jesucristo con ramos un domingo pidieron a gritos que lo crucificaran el siguiente viernes.

Dios no murió por una raza de ángeles, sino para mostrar el camino de la Resurrección al género humano con todas y cada una de sus miserias.

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