09/06/2024
 Actualizado a 09/06/2024
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«Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca… por mucho que los nadies la llamen». (Galeano y sus Nadies)

Coincide la campaña electoral con el 80 Aniversario del Desembarco de Normandía. Cuenta la historia que el comandante Eisenhower, al oír que mejoraban las condiciones meteorológicas puso en marcha la operación Overlod que pensaba aplazar por la tormenta. Lo hizo con un «O.K. we will go» (Ok, iremos). Al día siguiente, 6 de junio, las tropas aliadas desembarcaron en cinco playas, empezando así el repliegue de los nazis que acabaría con la segunda Guerra Mundial. Esta semana, veinticinco jefes de estado, excluido Putin, han celebrado aquel final del nazismo en Europa, en un acto un poco forzado porque emoción y geopolítica no hacen buen maridaje y menos, con los misiles de dos guerras que no saben o no quieren parar, silbando sobre sus cabezas. O quizá no resulte convincente celebrar el final del fascismo cuando están germinando de nuevo algunas semillas conservadas en lugares ocultos, que un mal viento acabó extendiendo, convirtiendo en inútil la muerte de miles de soldados para erradicar dicha peste. Gracias a ellos, la Unión Europea fue definida como «un experimento institucional único, gozando del periodo más prolongado de paz que se conoce en el continente». Y sería cierto en su día, pero ahora, con la guerra de Ucrania cronificada, el genocidio de Gaza permitido y millones de refugiados formando éxodos bíblicos, cuesta creer que haya alguien al mando en ese entramado de instituciones parásitas en nuestra modélica Europa. Las verdes praderas de la Unión Europea ya no son tan verdes, los derechos humanos son solo palabras y los nadies que dormíamos tranquilos, como niños que se saben amparados por sus padres, andamos desvelados porque aquel mal viento también abrió los corrales y ahora los caballos galopan desbocados sobre campos de minas, con las bridas en manos de fanáticos a los que nadie frena. 

Como europeos, aceptamos que nos dicten qué campos dejar en barbecho, cuántas vacas debemos sacrificar en favor del país vecino, cuánto maíz cultivar y con qué mano debemos atusar a los lobos. Aceptamos el precio de la energía y el gas y toda su regulación agrícola y ganadera, aun perjudicando nuestra agricultura. Quien piense que no nos afectan las decisiones tomadas en Europa y no vaya hoy a las urnas, se estará equivocando. Por supuesto que somos los nadas de Galeano, los que no tienen rostro ni brazos, pero tenemos nombre y derecho a votar. Un voto que hoy debe usarse, aunque los que mandan no nos tengan contentos por olvidar que, además de gestionar nuestros dineros, también están ahí para protegernos de genocidas y locos exigiendo un respeto que garantice la paz que miles de soldados muertos conquistaron para nosotros. Nos asusta el regreso de un ser delirante jugando a someter el mundo, una motosierra en manos de un perro muerto, el ego de un ruso que no cabe en sus fronteras, la maldad del que no acepta más religión que la suya y el ridículo de los que fingen rezar el rosario ante una sede política. Unos provocan miedo, otros, pánico y otros, una mezcla de vergüenza ajena y risa castiza. Parece que los locos sean más poderosos que los cuerdos, los fanáticos más fuertes que los tolerantes y los que tienen botones rojos nos amedrantan jugando a ser el Armagedón del mundo. Consuelan actitudes como las de alguna empresa alemana que, viendo la deriva política del mundo, aconsejan a sus empleados votar rechazando extremismos porque temen que el racismo, la xenofobia y la intolerancia entren en las empresas frenando sus economías. 

Creíamos que con un desembarco en Normandía sería suficiente y el fascismo había muerto para siempre. Pero no. Rebrota de nuevo y mi vecina Fátima tiene miedo porque nació allá lejos y la piel de su hija es tostada. Nos están tapiando las ventanas que dan a la paz y derribamos su obra o acabarán cercándonos. Ahora ya sabemos lo que callaban los abuelos, ya sabemos sus temores y lo que decían sus silencios. Ya entendemos por qué los que vivieron una guerra no querían hablar de ello a sus nietos. Hoy tenemos la oportunidad de un nuevo desembarco en Europa. Esta vez, sin necesidad de echarnos a la mar. Somos veintisiete países, más de trescientos sesenta millones de votantes cansados del atropello y la intolerancia. Hoy nuestros barcos serán de papel, zarparán rumbo a una democracia real y su único cargamento será algo tan valioso como el voto de cada uno de nosotros.

Hoy hay un nuevo desembarco en Europa. Zarpamos de madrugada y todos debemos estar a bordo con un voto por la paz. Urge repetir operación Overlod hasta que el griterío y el fanatismo se replieguen de nuevo, para que mañana llueva a cántaros la buena suerte, aunque suponga contradecir a mi admirado Galeano. «Ok, iremos».

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