¿Os habéis preguntado alguna vez cual es la causa para que haya cada día que pasa más ONG y Fundaciones en España y en el mundo? Uno lo hace de vez en cuando a gente que sabe mucho más que él y nadie, nadie, me ha podido dar una explicación convincente. Todo empezó porque hay un juego de geografía en Internet del que soy forofo; es una pasada, la verdad, porque me hace recordar todo lo que estudié en el bachillerato y, además, aprendo siempre cosas nuevas. Pero tiene una pega: contiene anuncios que te tienes que tragar si quieres continuar jugando. Uno de los anuncios que más se repite (el que más, sin duda), es de una ONG que todos conocéis: ‘Save the Children’, una organización que procura ayudar a los niños de los países que están en guerra. Se trata de ayudar a los niños de Palestina, de Ucrania, de Yemen, de Somalia, etc. Esos anuncios, cree uno, deben de costar una pasta a la ONG, porque las plataformas digitales cobran por ellos, no tengáis ninguna duda. Y digo yo, ¿no sería mejor destinar ese dinero que se gastan directamente para comprar comida y medicinas? El caso es que, a cuenta de esta tontería mía, indagué en la nube como se financian las mentadas ONG…, y me llevé una sorpresa. Por ejemplo: resulta que el Gobierno de los Estados Unidos destina diecisiete mil millones de dólares al año a estas cuestiones; una pasta gansa, no cabe duda, y conociendo a los anglosajones, que no dan un chavo sin esperar recuperarlo con intereses, seguí husmeando hasta descubrir que diversos gobiernos de países de los cinco continentes, intentaron poner en claro a qué se dedicaban las diversas ONG de sus países que recibían dinero del tío Sam. Sucedió en Venezuela, que desde la época de Bush hijo daba millones y millones a una organización antibolivariana presidida, desde aquella, por Corina Machado. Y en Bolivia, en Ecuador o en Brasil, cuando gobernaba por primera vez, Lula da Silva. O como está sucediendo en Georgia, la Iberia del Este, donde el gobierno legítimo del país intenta promulgar una ley (Ley de agentes extranjeros), en la que quiere averiguar de dónde y cómo reciben el dinero las ONG que operan en el país. Resulta que este intento ha devenido en manifestaciones violentas de la oposición que son recibidas en occidente con aplausos y vítores. A más, a más, la mayoría de las susodichas ONG se niegan a dar sus datos, por lo que no hace falta ser Einstein para sumar dos y dos.
Luego te enteras, como que no quiere la cosa, que la organización del chef José Andrés, el cocinero asturiano nacionalizado estadounidense, recibe un pastizal del Departamento de Estado yanqui, y llegas a la conclusión, inocente conclusión, que estos hijos de su santa madre usan todos los medios, habidos y por haber, para inocular el descontento y la revuelta en los países que ellos consideran estratégicos y que no les bailan el agua: Se disfraza la maldad con una capa de buenismo y de solidaridad y todos comulgamos con ruedas de molino.
Y luego están las fundaciones… Uno, la verdad, es que no entiende nada de lo que ha leído respecto al meollo fiscal de estos entes; pero, así y todo, se da cuenta que pagan infinitamente menos que un servidor, en proporción, a la hacienda pública; lo que, ya de por sí, da mucho repelús. Y eso que aquí, en España, sus desgravaciones fiscales son mucho más pequeñas que en los países anglosajones, donde pueden llegar al cien por cien. Siempre dije, y sigo diciendo, que los impuestos son una forma camuflada de robo estatal, mayormente porque se destinan a cosas que a la mayoría de la gente les tira de los huevos: tanques, artillería, sueldo de «personal de confianza», de los funcionarios que, en su mayoría, están en su curro porque tiene que haber de todo y una larga lista de agravantes que pueden llegar, uno tras otro, hasta Marte, como sitio cercano. Pero que los más ricos monten Fundaciones para pagar menos es, no me lo podréis negar, desalentador.
Pero queda esperanza…; el sábado pasado se inauguró oficialmente la biblioteca de San Vicente del Condado, un pueblo que, en invierno, está habitado por cuatro gatos y un perrito, o sea, cincuenta habitantes tirando por lo alto.
Así y todo, la biblioteca está ahí, no hay más que ir a verla. Los libros, en su mayoría, son fruto de donaciones de particulares y del trabajo abnegado de una chica, María Llamazares, que ha buscado hasta debajo de las piedras para conseguir reunir una colección de más de quinientos ejemplares. Y luego está Deo, el presidente del pueblo, que en vez de pasar de todo, que es lo que hacen la mayoría de los pedáneos de esta provincia, se estruja la sesera para intentar conseguir que el pueblo no fallezca de muerte natural. Que un pueblo como San Vicente logre crear una biblioteca de la nada es algo inaudito y maravilloso. Que cunda el ejemplo. Salud y anarquía.