24/11/2024
 Actualizado a 24/11/2024
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Algunos contaremos que estuvimos en las oposiciones de RTVE. «¿Aquellas de…?», soltará la gente antes de la enumeración de alguna anécdota. Y nosotros: «Aquellas, sí». Estará bien para relatar una historietina.

Todo empezó hace más de 15 años, con las anteriores. De aquellas se decía que la cosa estaba muy malita y que al año siguiente iban a convocar otras para renovar todavía más la plantilla. Pero fíjense en el tiempo que terminó pasando. Fueron en Ifema, en unos pabellones llenos de miles de pupitres donde acababa de estar la feria del vehículo de ocasión o los ‘stands’ de Arco. Coincidía con el Summercase y yo pensaba que íbamos a estar allí la mitad con la pulsera del festival y prácticamente sin dormir. Pero no. Y un calor de mil demonios. Y preguntas del palo «cuántas comunidades uniprovinciales hay». Para terminar de rematarla.

Mucho tiempo después se convocaron estas otras. Dos años hace, ya. Primero las recurrieron y las intervinieron judicialmente por tampoco recuerdo bien qué irregularidades. Cuando todos pensábamos que aquello no iba a tirar, finalmente fijaron la fecha. El examen: actualidad y legislación. Respecto a ésta última, sólo decir que hay edades en las que el cerebro es incapaz de aprehender textos que incluyen frases como: «En el caso de que concurriere al menos una de estas tres circunstancias». Entre tanto, encuentros e intercambios con gente que también se presentaba, todos comprando boletos para un viaje que no se sabía bien dónde acabaría.

Luego el bochorno del día de la primera prueba. Ir hasta el campus de Somosaguas, famoso por ser el lugar del que salieron Pablo Iglesias e Íñigo Errejón dispuestos a comerse todo lo que hubiera por delante. Ponerse delante de la puerta. Y esperar.

Esperar mucho, bastante, hasta ver en el antiguo Twitter que había habido una filtración y que todos para casa, que la cosa se suspendía. Estupefacción, lloros, historias de gente que había venido desde Buenos Aires y Nueva York. Conatos de levantamiento (son, o somos, opositores; nada que temer). Eterna y permanente sensación de chiste.

A partir de ahí, los desagradables entresijos de las ofertas de plazas de empleo público: el mamoneo de sindicatos y demás colectivos en favor de los suyos, la confirmación de que la noticia no era la filtración sino la filtración de la filtración, la sensación de que, como en aquel ayuntamiento que sacan a concurso una plaza en la que es requisito imprescindible ser prima del marido del alcalde, todo está ya visto para sentencia.

Y, finalmente, la prueba definitiva. Las preguntas delirantes del color de las medallas de una atleta paralímpica. El encuentro con personas estupendas. Los vinos de después. La espera de los listados. El ‘palmar’, una vez más en la vida, arañando el larguero.

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