Se hace el signo de la victoria con el índice y el corazón de una mano, luego lo mismo con la otra y se cruzan ambos, intentando que los dedos queden lo más perpendiculares posible con los de la extremidad opuesta. La idea es formar una ventanita, un pequeño cuadrado de cuyas esquinas asomen un par de rabucos para tratar de reproducir el símbolo de almohadilla de los teléfonos.
La coña apareció en un ‘sketch’ de un programa de televisión estadounidense hace no sé cuánto. Pretendía burlarse del furor que había entonces por los ‘hashtag’. Ya saben, aquellas palabras clave que se ponían en la Edad Media de las redes sociales con el objetivo de facilitar la búsqueda y, también, detectar las tendencias del momento o los temas de conversación más calientes.
La movida se convirtió en la tónica general del antiguo Twitter, antes de su transformación en X, y de ahí se exportó a Instagram y, con peor suerte, a otras plataformas. La gentecilla terminalmente ‘online’ se entregó a ello, igual que hacen con cualquier otra moda, veáse poner en la biografía mensajes dando la orden «lávate las manos» durante los primeros momentos de la pandemia.
Luego, con el devenir del tiempo, se creó un microlenguaje –la mayoría de las veces irónico, casi siempre autorreferencial– que sobrepasaba el indexado para el cual había sido rescatada la tecla #, relegada hasta entonces a los contestadores telefónicos y cuatro tonterías más.
El ‘hashtag’ trajo consigo una idiotización de los conceptos, al simplificarlos al máximo para que entrasen detrás de la almohadilla. Recuerdo con especial bochorno los #oídoenelbar u #oídoenlaredacción con los que diversos personajes querían compartir con él mundo sus pensamientos.
Así, hasta que un día desaparecieron. Me di cuenta recientemente cuando hablaba con un tipo de esos que antes llamaban ‘community manager’ y ahora huyen de esa denominación como de la viruela del mono. Me comentaba el hombre que poner ‘hashtags’ es ahora algo de ‘boomer’, que ya nadie lo hace. Y entonces caí en la cuenta que sí, que apenas se encuentran en las interacciones digitales, ni siquiera en coñas como la del programa televisivo yanqui.
Elevamos desde aquí una oración por los ‘hashtags’. Nadie los echa de menos, pero en la arqueología del futuro servirán para datar los tuits de ex presidentes del gobierno anteriores a 2014, así como para adivinar las imbecilidades que prendieron como yesca entre los internautas, para consumirse y no dejar (apenas) rastro de su efímera existencia.