El ciudadano normal, aquel que le interesa el país en que vive y trabaja, debe enterarse de la dinámica social y política que le rodea y considerar que su libertad está por encima de muchos cantos de sirena que invaden su medio natural y los múltiples ataques a esa libertad que le pueden perpetrar desde instancias que debían defenderlas con ahínco.
Por eso, recomendamos que se lean las obras de Orwell porque es el Verne del siglo XX-XXI. Luis Ventoso, en un magnífico artículo publicado el 23-03-24 decía: Nuestro actual Gobierno habita ya en la novela ‘1984’: lo negro es blanco y el principio de realidad no existe, sólo lo que ordena el partido».
Orwell era agnóstico en principio, pero iba a los servicios religiosos en Inglaterra y tuvo un entierro cristiano. Fue un gran ensayista con un sentido de la realidad social y política francamente casi visionaria. Participó en la Guerra Civil española en el campo socialista; herido en el cuello de un disparo se retira de la contienda un tanto decepcionado y, a partir de aquí, critica el totalitarismo, el comunismo y la deshumanización de la ideología con verdadera aversión, traducida en una producción literaria notable como ‘Rebelión en la Granja’, con una crítica al comunismo y, cuando concluye la Segunda Guerra Mundial, alcanza la gloria con la novela ‘1984’. Los argumentos de las novelas son estupendos, entretenidos y, cuando vas llegando a la culminación de sus tesis, te das cuenta que estás inmerso en un inmenso lodazal general y, particular, cuando compruebas que los esfuerzos por ordenar la sociedad en el líquido benefactor de la libertad, corren el peligro de una sequía espantosa e indicios de patrimonializar el poder por medios un tanto raros.
En ‘1984’ el protagonista es un líder autoritario que desea gobernar siempre y perpetuarse en el cargo porque le va la marcha autoritaria. Basa su programa en la propaganda exhaustiva, la desinformación y el control de la población hasta extremos insospechados. Debemos tener en cuenta que internet estaba en mantillas, las redes sociales, blocs y chats apenas existían y los servicios de inteligencia estaban usando medios interesantes, pero no eran el Gran Hermano que es el protagonista del libro de Orwell que controlaba hasta la respiración en las casas de los sujetos. Casi, casi, como actualmente, usando las cámaras de vigilancia, la lectura del rostro facial, intercambiando y vendiendo datos, etc. etc. Por supuesto, un partido único, que utiliza el poder ordenando la vida en todos los sentidos, lo que piensas y… siempre luchando por trastocar la mentira en verdad, lo blanco en negro y, sobre todo, creando la realidad virtual a imagen y semejanza del líder y de sus antojos.
En realidad, la autocracia que se cierne en España se apoya en unos servidores de la conveniencia, unos manipuladores de los medios, una clase económica tan silente como la gran masa de ciudadanos que están sólo a disfrutar del fin de semana placentero, sin lluvia y tampoco excesivo sol, un sueldo por debajo de la media europea complementado con fondos europeos destinados a ayuditas sociales interesantes, enmascaramiento del paro, la adoración del líder, el endeudamiento gigantesco y el gasto público desmadrado.
Orwell fue un gran visionario que, si viviera en estos momentos creo que se mostraría satisfecho, pero, al mismo tiempo, tan asombrado, que, seguramente se volvería a su lugar de reposo con celeridad, ante el marasmo que va surgir en aquellos lugares donde los autócratas están campando a sus anchas mientras la población disfruta de la mentira, el ocio y las pantallitas virtuales, regado el aperitivo con múltiples elecciones para marear la perdiz.
«No esperamos que los políticos digan la verdad. Nos hemos habituado a la teatralización de la política, tanto como al uso de un lenguaje manipulado», decía Jorge Vilches, el 23-12-23, en su artículo ‘Orwell entre nosotros’.