Será que es otoño...; será que acaban de pasar los Santos; será que, en este tiempo, uno es muy dado a pensar en los que se han marchado por ley o a traición; será que me acuerdo del poema que Neruda dedica al otoño, pero en este tiempo me pongo triste, a pesar de que sé que es la estación mágica en León...; pero, a pesar de todo esto, me pongo triste... El pasado fin de semana murieron en Vegas dos nonagenarios. Además del dolor que sintieron sus familias, que, por supuesto, ha de ser mucho, a sus vecinos nos deja una sensación de intranquilidad, porque, así, sin más, se nos han ido dos vecinos en un pueblo en el que vivimos pocos; y, sin esos dos, menos. Pero, seamos sinceros, ha sucedido algo normal, algo que, por desgracia, tiene que suceder. Tanto Solange como Dionisio vivieron una vida plena, con sus altos y sus bajos, con sus momentos felices y sus momentos de dolor. Además, ambos dos, pasaron su juventud en la España salida de una confrontación criminal, fraticida, llena de odios y de resentimientos, y, a pesar de eso tuvieron tiempo para seguir adelante y llegar a esos envidiables noventa años con toda la energía, con toda la sabiduría, con todas las ganas de seguir viviendo. Morir a esa edad tan provecta es, por tanto, ley de vida. En la época actual, no lo es palmarla a los treinta, a los cuarenta o a los cincuenta. Si encima te lleva por delante una riada, resulta que es ¡lo último del credo! Uno lleva, en este periódico, dando el coñazo siete u ocho años con lo de «vota tú que a mi me da la risa». Cada vez que hay elecciones pierdo el tiempo recomendándoos que no vayáis a votar, porque, ‘¡total!, pá lo que sirve’... Lo que más siento es que ni la familia ni los amigos me hacen caso. Al final, creo firmemente que tengo razón, pero ni por esas. Como muestra, lo que está sucediendo en Valencia: es imposible hacerlo peor. Ya sé que la culpa es de la naturaleza, que, cuando se pone cachonda, no se le pone nada por delante. Es imposible, lo sé, luchar contra un viento de doscientos kilómetros por hora; no se puede hacer nada cuando cae una nevada de dos metros; y sólo se puede huir al tejado cuando llueve a lo tonto seiscientos litros en un día. ‘Mamá natura’ es poderosa e implacable y le tira de los huevos los muertos que deja un mal humor suyo. Pero los hombres, desde tiempos inmemoriales, han «inventado» herramientas para que el desastre no se convierta en una hecatombe. Menos en Valencia..., menos en España. Es como el cuento ese que dice que en una tormenta descomunal, un pobre, solo en el agua, rezaba a Dios, del que era muy creyente, para que lo ayudara. Tan fue así, que pasó una lancha y le dijeron que subiera; él contestó «no, no, que Dios me protege». Pasó el tiempo y la cosa se estaba poniendo chunga, pero él, al paso de la segunda lancha de rescate, siguió con la monserga. Y así, lo mismo, una tercera vez. ¿Conclusión?, pues que murió ahogado, y a las puertas del cielo quiso hablar con el mismo San Pedro. «Yo pensé que me ayudarías y no lo hiciste. Dejo de creer en la omnipotencia del Señor. ¡Quiero ir al infierno!». San Pedro, muy educado, le contestó: «¿Y quién crees que te envió las tres lanchas?, ¿Lucifer?». Da pena ver como se están comportando las administraciones en la catástrofe. Parecen niños de párvulos que discuten por un caramelo... Y el asunto es que todas las administraciones sabían de sobra que podía suceder lo que ha ocurrido. No se pueden ocupar las rieras con casas o con chiringuitos; no se puede (si no quieres que ocurra una desgracia) permitir que los ríos, lo canales o los arroyos lleven sin limpiar años y años en nombre de un ecologismo de despacho con moqueta; es de ser más necio que uno de mi pueblo echarse la culpa entre ellos sin procurar, desde el minuto uno, arrimar el hombro para mitigar el desastre. Por supuesto que el Presidente del Gobierno Valenciano, un tal Mazón, tiene que dimitir hoy en vez de mañana. Pero, igualmente, lo tiene que hacer el Presidente del Gobierno de la nación por inacción, por calzonazos, por querer ver pasar el cadáver de su enemigo político antes de ponerse en marcha y ayudar a los afectados. Son, como digo muchas veces, un desastre con patas y entran dentro de la definición que Queipo de Llano hizo del General una noche que había bebido dos copas de más: «Franquito es un cuquito que siempre va a lo suyito». Los dos nonagenarios muertos en Vegas como consecuencia del paso del tiempo son muertos, aunque nos duela, «asumibles»; no lo son, bajo ninguna circunstancia, los que la han palmado en Valencia por culpa de la dejadez y el apoltronamiento de los partidos y de sus militantes y cargos de medio pelo, medradores de páramo, de erial... Una de las cosas por las que a uno le caían mal los de Podemos es que todo lo querían convertir en «Política»; y no, la vida no es sólo política. La vida de los que mandan debería estar consagrada a solucionar los problemas de los demás, olvidando que réditos se puedan sacar. Por desgracia, en España, sucede lo contrario. Y así nos va... Salud y anarquía.
Otoño
14/11/2024
Actualizado a
14/11/2024
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