Óscar Quindós 7 2 2024

Pájaros en la cabeza

21/06/2024
 Actualizado a 21/06/2024
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Se necesitan tres cosas para conquistarme. Un buen perfume, una mala comida, y una canción idílica. Lo primero porque antes de verte tengo que percibirte; lo segundo porque se tienen mejores conversaciones delante de una pizza; y lo tercero porque los que tenemos la inteligencia emocional justita, como yo, necesitamos una muleta con la que demostrar nuestro cariño.

Decía el estadounidense Gary Chapman que existen cinco lenguajes del amor: palabras de afirmación, tiempo de calidad, recepción de regalos, actos de servicio y contacto físico. Todos y cada uno de estos supuestos quedan en nada si los comparamos con aquella pareja que resumía con prisas tiempo de silencio y que juró no volver a decirle a nadie que tenían el récord del mundo en quererse.

Dejando a un lado las referencias, hoy quiero confesar que seguramente resulte insufrible viajar conmigo de copiloto (no me gusta conducir y tengo que ser pinchadiscos y cantante en el trayecto), aunque ni lo confirmo ni lo desmiento porque, por suerte, no me padezco. Pero desde antes de que tuviera memoria, el ritual en ese viejo Golf blanco de mis padres era reproducir unos casetes con Luz Casal o Isabel Pantoja para que mi hermana y yo canturreásemos a todos los allí presentes. Y admito que debe ser la única tradición familiar que se mantiene hasta el día de hoy, aunque hayamos cambiado las cintas en el radiocasete por el Spotify con bluetooth y el Golf manual por un Toyota automático.

Como decía, la música es la extensión de mis sentimientos, un refugio y el bien más preciado a compartir. Claro que se puede pensar que una canción es dominio de todos en cuanto se publica, pero creo firmemente en que cada individuo la recibe bajo su propio significado. Y regalar esa parte de uno mismo es uno de los detalles más hermosos que se pueden manifestar entre los seres humanos.

Cuando estoy triste, contento o me siento vacilón, escucho música. Incluso una despedida es menos amarga con Shanel de fondo. Creo en el poder sanador y potenciador de las emociones en las canciones como un catalizador que ayuda a entenderme cuando no sé quién soy. Como pedirle a un viejo amigo que te cuente aquella historia de princesas y amores que un día le contaste tú.

Y por estos motivos celebro que en las fiestas de este año de San Juan y San Pedro en León se haya creado una programación para todas las generaciones. No voy a ocultar que me pareció irónico traer a OBK como si siguiesen pintando algo en el panorama sonoro, pero como siempre la ignorancia pecó de atrevida. Hace poco escuché hablar a unas personas más mayores que yo de los buenos momentos que atesoran gracias a esa banda y que van más allá de simples historias de amor. Así que, por mi parte, me deleitaré con cómo otros amantes de la música le regalan la vida a una canción este 28 de junio.

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