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La palabra en el sentir

27/03/2024
 Actualizado a 27/03/2024
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He estado dándole vueltas últimamente a la idea de la libertad que las palabras nos ofrecen y al triste hecho de que tantos jóvenes sufran depresiones y se ubiquen más cerca de la muerte que de la vida. Quizá por ser escritora relaciono todo con las palabras y ese sea mi gran sesgo, me disculpo de antemano con los psiquiatras por aportar aquí esta reflexión que estoy a punto de desarrollar, ya que no choca con su materia, sino que más bien trata de complementarla. 

Pienso que la lectura y las humanidades son bastones invisibles de la salud mental, que y su arrinconamiento en pro de las nuevas tecnologías y una innovación a palo seco están trayendo consecuencias colaterales que van directamente en detrimento de una forma de libertad muy concreta: La libertad que otorga el poder poner nombre a lo que uno siente, para estar en posición de lidiar con ello. 

El vacío de palabras no solo trae la incapacidad de expresar las propias emociones y deseos sino también la avería del sistema interno al detectar que algo va mal, es capaz de ubicar qué pieza está fallando y llamar a la irregularidad por su nombre. 

Me siento decepcionado, traicionado, desmotivado o sin propósito vital. Mi vida está desconectada de la tierra, de los ciclos de la naturaleza. Llevo una carga que no es mía. Quiero volar lejos de aquí, lejos de la gente que no me quiere o ni me mira porque soy invisible. Necesito una mirada más amplia sobre lo que me está pasando. Necesito ayuda. Todo son conceptos, pequeñas palabras formadas por letras y llenas de significado. Puede que una situación al principio nos desborde y sólo nos transmita dolor o una ira incontrolable, como una punzada interna que no sabemos bien de dónde viene o que atribuimos al último suceso cuando en verdad arrastra toda una historia consciente e inconsciente. Quizá la tristeza sea tan profunda que incluso nos planteemos para qué seguir viviendo si ya no apreciamos los lazos con los que la vida nos envuelve o una Fe que nos impulse a mirar al cielo y poner todo en manos de algo más grande que nosotros. 

Pedir ayuda es entonces importante, pero un paso esencial para recibirla y acudir a ella por voluntad propia, es poner nombre a lo que está aconteciendo fuera y dentro de nosotros. Observo que los jóvenes que leen, que ven buen cine, que se educan en el arte y en la reflexión, son más asertivos y tienen más herramientas para salir de las crisis, porque entre otras cosas han navegado en múltiples vidas de ficción, saben más de la naturaleza humana, de lo bueno y de lo miserable, y han aprendido herramientas y palabras para salir del túnel de la confusión.

Cuando regalamos libros, leemos con nuestros hijos o les educamos en humanidades, lo que hacemos es enseñarles libertad y asegurarles una vida mejor, independientemente de las cartas que les vayan tocando. Cuando a nuestros hijos les guiamos para ir más allá, para cuestionarse el lenguaje heredado, impulsándoles a crear sus propias palabras y a llenar de significado personal las ya existentes, rechazando todo lo que ha sido recibido de forma automática, entonces, además de libertad les estamos regalando la capacidad cambiar el mundo y lo que hay en él. Serán entonces seres humanos que forjarán su propio destino. 

 

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