Las palabras no tienen huesos, pero los rompen. El escritor Theodor Kallifatides dice que ésta era una frase que solía repetir su abuela. Y añade que su abuela sabía lo que casi todo el mundo sabe: «que una palabra puede hacer más daño que el cuchillo más filoso. Decir algo es hacer algo».
Theodor Kallifatides nació en un pequeño pueblo llamado Molaoi, en el Peloponeso, Grecia, pero vive en Suecia desde mediados de los años sesenta. Fue allí en busca de trabajo. Es un emigrante. Y asegura que esa circunstancia es el gran «si» de su vida. «¿Qué vida habría vivido si no me hubiese ido de Grecia? ¿Quién sería? ¿Qué sería? A menudo me lo recordaban los suecos cuando me preguntaban, por ejemplo, si mis libros habían sido traducidos al griego».
Kallifatides trata de responderse parcialmente a ese «si» y cree que la emigración no es lo que le hizo escritor, aunque es una circunstancia con peso en su literatura. En ‘Otra vida por vivir’ habla de esa condición migrante y también lamenta el rechazo que se estaba produciendo en ese momento, era 2016, hacia los refugiados que llegaban a Suecia huyendo de los horrores de la guerra en Siria. A día de hoy, muchos de ellos, igual que en España, ya están trabajando.
El miedo es como una pastilla efervescente: enseguida agita el agua. Una cosa es pedir información y otra infundir miedo. Y estoy hablando de la apertura de un hotel que lleva cerrado una década en Villarrodrigo de las Regueras para convertirse en Centro Temporal de Ayuda Humanitaria para personas migrantes y en las reacciones que se están produciendo. Estoy hablando del vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, diciendo «que los aloje la ministra en su casa o billete de vuelta a su país». Palabras efervescentes que quieren infundir miedo, palabras que siembran odio. Siembra fue precisamente el eslógan de Vox para las elecciones municipales y autonómicas. Pero resulta que muchas de las manos que realmente siembran en ese sector primario que tanto dicen defender son manos migrantes, que muchos de nuestros pastores son marroquíes, y que por los hijos de esos trabajadores siguen abiertas varias escuelas rurales. Por eso hay que pensar bien qué se siembra.