Palabras y momentos
22/04/2018
Actualizado a
19/09/2019
Comentarios
Guardar
Adelantándonos a la celebración del ‘día E’ que el Instituto Cervantes propuso hace casi una década, en mi instituto hemos preguntado a alumnos, limpiadores, padres, administrativos y profesores por su palabra favorita. Y también por la razón de la elección y, en su caso, por el significado de la palabra. Hubo de todo. Hay quien no lo tuvo que pensar mucho porque en su vocabulario hay, desde siempre, una palabra recurrente por su significado o su sonoridad. O porque está vinculada a alguien o a algo en un momento preciso y precioso de su vida. Hay palabras que tienen una carga afectiva tan grande que son como un tesoro para quien las usa: no suelen usarse a menudo para que no se desgasten ni se vacíen de ese significado que las hace tan especiales. El experimento de las palabras favoritas me sorprendió. En los ojos de quien escogió la palabra lontananza se percibía lejanía. En el rostro de quien eligió la palaba sonrisa había una sonrisa franca y abierta. Las manos de quien escogió ranguayo acariciaban un fruto. A quien escogió mamá se le sentía confortablemente abrazado. Los que pronunciaron libertad transmitían algo irrenunciable. Quienes se decidieron por rapaz o guaje estaban resumiendo su infancia. Me pareció que en la explicación del significado o la razón de la elección, lo que realmente estábamos haciendo era disfrutar de un momento vinculado a una palabra. No es, en manera alguna, algo que yo haya descubierto: nada hay de nuevo en una idea explorada por los lingüistas y que han hecho poesía Ángel González, Benedetti o Neruda que llegó a escribir: "todo está en la palabra". Al contrario que la mayoría, yo lo tuve que pensar mucho. A mí me gustan casi todas las palabras. Me gustan los adverbios, por rotundos (seguramente es una cuestión de carácter). Las palabras antiguas porque tienen una memoria dilatada. Las cultas, por exquisitas. Las rústicas, por humildes. Las técnicas, por precisas. Las de plantas, por hermosas. Las de aves, por sonoras. Las que tienen que ver con el agua, por cantarinas. Me gustan paralaje, azimut y auge por científicas y porque me mandó buscarlas Ángel González en una enciclopedia. Me apasionan los verbos porque te ponen en disposición de vivir, confiar, aprender, disfrutar. Adoro las palabras hijos, esposo, hermanos, por familiares. Me parecen entrañables afilador, mandil, maestro, sereno, labrador o alfarero. También anacreóntica, porque resume la felicidad que proporcionan los pequeños placeres. Llegado mi momento, me salió una palabra tal vez sosa: amante. Pero ¡qué abundancia de cosas en la vida que se pueden amar! Y recordé con Benedetti que "la palabra es un callejón de suertes/y el registro de ausencias no queridas/puede sobrevivir al horizonte/y al que la armó cuando era pensamiento".
Lo más leído