El hecho de perder las gafas progresivas puede convertir una semana en caótica, teniendo que recurrir a las de cerca y las de lejos, que ya creías jubiladas, viendo la vida a trompicones, en un trasiego de gafas permanente. De la misma forma han ido llegando las noticias, las de cerca y las de lejos. Tan distintas entre ellas. Tan pequeñas y enormes. Tan bonitas y terribles, con los mismos protagonistas de la semana pasada.
Virginia salió de clase con restos de pintura amarilla en la frente. Dice que no es sucio, es porque «se pintó de paz» y uno no sabe qué responder ante semejante frase y desea dejar esa pintura ahí para siempre. ¿Cómo será la paz amarilla de una niña con dos trenzas y cuatro años? Da igual como sea, lo único seguro es que no oirás nada más bonito en mucho tiempo y que esa paz existe. Ha existido en todos los colegios esta semana, como cada 30 de enero, en el Día Escolar de la No Violencia y la Paz, en recuerdo del asesinato y como homenaje al pacifista Mahatma Gandhi. Por un día olvidaron las averías de calderas y el frío, nacieron palomas de papel en las aulas y volaron por pasillos y patios, con Paz escrita en carteles, en las frentes y en las manos de todos los colores y razas. Así participó el colectivo de pequeños en todos los centros escolares. Resultó especialmente bonito el abrazo a la catedral, como a un mundo simbólico, de los alumnos de las Carmelitas. Iban armados con palomas, con la palabra Paz (repetida hoy las veces que haga falta) y un manifiesto hablando de amor, tolerancia y convivencia entre los humanos. No olvidaron hablar del medio ambiente y de todo aquello que suponga vivir en calma, que es la única forma en que deben vivir los niños. Y cantaron al son de la música de Juanes y nos invitaron a ser «semillas de paz».
Fue al poner las gafas de lejos, cuando los niños se difuminaron, y tomó presencia el hombre que la semana pasada dejamos firmando órdenes ejecutivas. Órdenes que han entrado en vigor de forma instantánea, movilizando medio mundo, provocando tanto estrépito como un elefante en una cacharrería, poniéndolo todo patas arriba. No había mentido al anunciar su intención de hacer una deportación masiva de millones de indocumentados. Se entiende la restricción de entrada de personas en un país, o su expulsión si han entrado ilegalmente. Lo que cuesta aceptar son las formas inhumanas de hacerlo. Impresionan, tanto como entristecen, las imágenes de una joven, con más aspecto de ser producto de la IA que nacida de mujer humana, dirigiendo redadas en las calles, sembrando el pánico en las comunidades de inmigrantes. A pesar de la distancia, asusta el encono y esa forma de perseguir a las personas, que ella llama «limpiar las calles» dirigida, según ellos, a personas con antecedentes penales, aunque lo están aplicando a cualquier inmigrante indocumentado. «Nuestro objetivo es detener a criminales extranjeros que han ingresado ilegalmente al país, incluidos aquellos acusados de delitos graves como homicidios y agresiones». Es difícil de creer que los 30.000 emigrantes que pretende meter en el centro penitenciario de Guantánamo, hasta ser seleccionados y deportados, sean todos delincuentes y criminales. Lo que pretenden hacer tiene otro nombre y hemos oído esas palabras que hasta decirlas duele: grilletes y concertinas. Si alguien consiguiera hacer entender a esta gente lo que Rafael Amor convirtió casi en rezo «No me llames extranjero porque haya nacido lejos o porque tenga otro nombre la tierra de dónde vengo… Y me llamas extranjero porque me trajo un camino, porque nací en otro pueblo, porque conozco otros mares y zarpé un día de otro puerto».
Una mujer de 27 años dirigiendo batidas por las calles y jóvenes maestras recortando palomas de papel con sus alumnos. En el mismo mundo y al mismo tiempo. Un niño leonés reclamando ante la catedral que se tenga en cuenta el cambio climático, mientras el hombre más poderoso abandona el acuerdo de París porque ese asunto le da risa. En el mismo mundo y al mismo tiempo. Hoy prefiero las gafas de corto, me quedo con lo pequeño y cercano, con la maestra, el patio de Virginia y las razas que lo juegan y lo gritan a media lengua. Un mundo de colores a ras de suelo en el que ella, la que dijo que hasta los cinco años no tendría novio, se enamoró del más morenito de todos. Se ha declarado ella, según nos ha contado. No sé qué futuro les espera a nuestros niños, pero la fobia a lo distinto, a lo de fuera, a lo que viene de lejos, a lo que habla otra lengua y reza otros rezos, está brotando en el subsuelo de la tierra y es muy peligroso.
«No me llames extranjero, mira tu niño y el mío cómo corren de la mano hasta el final del sendero… No los llames extranjeros, ellos no saben de idiomas, de límites ni banderas. Míralos, se van al cielo por una risa paloma que los reúne en el vuelo…» Esta canción debe ser oída por los que dirigen el mundo, mientras miran la amalgama de colores del patio de un colegio, a la hora del recreo.