06/02/2025
 Actualizado a 06/02/2025
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El sábado pasado escuché una noticia en el telediario de la 1 que venía a decir que los españoles nos habíamos olvidado de comprar el pan nuestro de cada día. En vez de perder el tiempo en hacerlo, por lo visto hacemos acopio de él una vez a la semana y lo congelamos...; sí esto es así, no cabe duda que hemos perdido, como sociedad, definitivamente el norte.

En mi experiencia, el pan congelado es una mierda pinchada en un palo. Repito que hablo de mí, y, ¡claro!, es un absurdo generalizar. Pero las pocas veces que he tirado de ese tipo de pan, resultó algo incomible. También sé (no hace falta ser un águila para darse cuenta), que, por desgracia, quedan pocos panaderos, de los tradicionales, de los de toda la vida, en nuestra provincia.

Desde que, para bien o para mal, el hombre se hizo sedentario, desde que empezó a vivir de forma continuada en pueblos y más tarde en ciudades, el pan fue el alimento esencial para sobrevivir. Domamos el trigo, el centeno y la cebada (¿o fueron ellos los que nos domaron a nosotros?), y, a partir de ahí, creamos una civilización que está a punto de irse a la mierda. Uno es panero sin reservas. Nunca hice caso a Turona, el de mi pueblo (un filósofo rural sin obra publicada), que afirmaba que «el pan embrutece». No sé, ni me apetece aprender a estas alturas, comer sin pan; soy incapaz de zamparme unas lentejas con chorizo o unos garbanzos, a cualquiera de sus vuelos, sin tener a mi lado un cacho de pan de tamaño considerable; ni una ensalada, ni un arroz con cosas, ni una tortilla..., y si el pan es bueno, ¡que os voy a contar! Todo se empezó a joder cuando los franceses inventaron la ‘barra’, un asunto demoniaco, un absurdo. El pan como Dios manda es el de hogaza, y mientras más grande, mejor. Me cuenta mi señora madre que, cuándo en los años de su mocedad se hacía el pan en casa, las hogazas eran algo descomunal, de tres kilos la mayoría, y que duraban, siguiendo estando deliciosas, una semana. ¡Vete tú a comer hoy una barra de más de medio día!: te dejas los piños en el intento..., o se convierte, por arte mágico, en chicle que te da ganas de vomitar. Solo se libra de esta afirmación el pan de ‘bloque’, en forma de ladrillo, y que aquí, sin embargo, no ha tenido demasiado predicamento. Y si es de centeno, está buenísimo. Los ingleses, los alemanes y los rusos son adictos a este formato y los alabo el gusto. Chema, el que tenía un despacho de pan ecológico (antes de que se inventase la palabreja), en la calle Cervantes, los bordaba. Excuso contaros, porque casi todos lo sabéis, el uso de este sencillo y maravilloso alimento por la iglesia católica...; un trozo de pan se transforma en el cuerpo de Cristo, y se lleva haciendo desde hace dos mil y pico años.

Hablando de la iglesia: en las abadías medievales del centro y el norte de Europa, los monjes recibían cada día dos kilos de pan y tres litros de cerveza como alimento. En realidad, allí se ‘inventó’ la cerveza con usía, esa que tiene seis grados o más y que coloca más que el vino, te pongas como te pongas, y de las que la ‘Volldamm’ o la ‘1906’ son sus descendientes más nombradas en España.

Volviendo al pan: hoy, como dije antes, sólo quedan unas pocas tahonas en el viejo Reino, cuando hasta antes de ayer había una en casi cada pueblo. Y el noventa y nueve por ciento hacían un pan cojonudo, como la de mi pueblo, la de Maxi y Tere, o la de Villavente, o la de La Robla, o la de La Vecilla, San Cipriano, o la de Bercianos del Páramo, dónde hozaba mi condiscípulo Cabero, o la del Ferral del Bernesga, cuyo último propietario fue Ángel, un amigo a que no se le ponía nada por delante.

Desde que murió el General, en la cama, para más inri, los españoles comemos la mitad de pan, y, como dije antes, es un error, un pecado de lesa humanidad, porque no hay alimento que mejore más la mollera que esa mezcla mágica de harina, agua y sal, algo que, por su simplicidad, desechamos, mayormente porque nos hemos vuelto pijos, estúpidos y soberbios, olvidándonos que lo mollar de la vida está, por supuesto, en las cosas sencillas, en las de andar por casa.

Salud y anarquía.

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