Tal día como hoy, un 10 de diciembre de 1948, fue proclamada la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Algo que dicho así de carrerilla resulta tan hueco, frío e incómodo como bajar a la bodega en un día de invierno apartando telarañas. Aun así, dada su importancia, uno se propone leer sobre el asunto a pesar de la pereza ya confesada que me provocan los nombres tan largos, precediendo una letanía de sus treinta artículos. Pero cuando estás a punto de abandonar tal lectura, la cosa más simplona y pueril llama tu atención. Se llama Elyx. Es un pequeño monigote sonriente que con treinta posturas representa los treinta Artículos que componen la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Un personaje virtual que desde el 2015 hace de embajador de las Naciones Unidas y que, según el artista francés padre de la criatura que hoy convirtió en interesante la lectura más tediosa, es un personaje flexible sin sexo, ni nacionalidad, ni edad, ni rango. En realidad, es sólo eso: un pequeño monigote hecho con pocos trazos, pero con mucha fuerza, siempre con los brazos abiertos y nunca los puños cerrados. Tiene una gran sonrisa que llega hasta el extremo de los ojos opuesto al de las lágrimas. Teniendo en cuenta que con sus poses representa los treinta artículos que a su vez hablan de los derechos humanos, si Elyx no sonríe es que representa algo negativo.
Es gratificante saber que, tras la Segunda Guerra Mundial, viendo el resultado de la barbarie y las atrocidades que los humanos cometieron contra ellos mismos, un grupo de hombres de buena voluntad de distintos países formaron la Asamblea General de los Derechos Humanos y se propusieron crear y hacer cumplir leyes para que el hombre pueda vivir sin miedo, sin miseria, con libertad y en igualdad. Y además, garantizándonos protección para que la barbarie no volviera a repetirse y los Derechos Humanos no pudieran ser violados, incluso estando en guerra. Una sarta de palabras preciosas y precisas, encadenadas a modo de poema que te hacen sentir entre algodones, entre los brazos seguros de un padre y las carantoñas de una abuela. Un listado de buenos propósitos brillando como perlas, rematados con el Artículo 30 diciendo que «no permitamos que nadie nos los quite». Un mundo sin lluvias de verano ni lobos en las cuevas. Derechos y libertades que te ablandan la vida y te caldean la casa hasta que te asomas a la ventana del norte, la que da a los bombardeos y las tormentas, a la barbarie que no se iba a repetir, a los genocidios que no iban a permitirse y se están permitiendo mientras los señores de bien fingen no ver ni oír la tormenta.
Y comprendes que Elyx sea un monigote, ahora más monigote que nunca, tan engañado como nosotros, moviendo sus trazos sin permiso del artista, apretando los puños y torciendo hacia abajo la sonrisa, sin sentirse embajador de nada, mientras a los simples mortales nos llueven peticiones de organismos pidiendo firmas para exigir la Unión Europea que acabe con la vulneración de los derechos humanos de millones de personas. No es buen año de cosecha. Es mal día para mentar los Derechos Humanos mientras se incumple la legalidad internacional, se ataca a la población civil y se les niegan los servicios básicos. No es buen día para llenarse la boca de siglas cuando hace apenas unas horas veíamos a hombres semidesnudos, esposados, de rodillas, con los ojos vendados y vigilados por otros humanos. Ocurría en un lugar donde no hay pan, ni luz, ni agua potable, ni una manta. Donde no hay quirófanos, ni asistencia médica porque no hay medicamentos. Donde no hay combustible, ni energía eléctrica. Sólo hay una guerra con imágenes que no deberían pertenecer a este siglo ni a este mundo. Imágenes que no deberíamos estar viendo, para que no nos pueda la impotencia a los que no podemos ir a parar las guerras, ni podemos ir a poner un pijama a esos niños y traerlos para casa, ni dar una sopa caliente a ese abuelo con fiebre que no entiende por qué sigue vivo si los dos nietos hace un mes que son ausencia. A los nadies que no podemos ir arrancarles el fusil de las manos y barrer los escombros de sus calles, sólo nos queda cerrar los ojos y hacernos los sordos, aunque ya sea tarde porque ya supimos de ellos. Eran treinta y seis, estaban envueltos en papel de aluminio y mantenidos casi vivos con agua caliente.
Quizá hoy la celebración refresque la memoria de los que mueven el mundo y paran las guerras. Quizá hoy les dé por abrir el cuaderno en el que escribieron promesas sonando a poemas y recuerden su deber de garantizar los derechos fundamentales del ser humano. Quizá deban enviar a Gaza a su pequeño embajador, el monigote Elyx. A ver cómo consigue regresar de la misión sin la sonrisa acabando en el extremo del ojo por el que salen las lágrimas. A ver cómo lo consigue después de ver treinta y seis bebés envueltos en papel de aluminio por falta de energía para mantener las incubadoras encendidas, mientras se enciende la Navidad del mundo...