Son tantas las noticias, y no siempre buenas, que nos llegan cada día, que es posible que algunas muy interesantes pasen desapercibidas. Así, por ejemplo, este último fin de semana, se celebró en Madrid ‘El Congreso de vocaciones’, con tres mil participantes de todas las diócesis de España. A primera vista, tal vez muchos piensen que a ellos esto no les afecta, pues parece que se trata de asuntos de curas y monjas, cuyas vocaciones están en crisis. Quizá verían las cosas de otra manera, si a esto añadimos la crisis de vocaciones al matrimonio, pues en la familia se fundamenta el presente y el futuro de nuestra sociedad. Más grave aún es que muchos de nuestros pequeños ya no experimentan ninguna vocación, ninguna llamada, si exceptuamos las múltiples vocaciones de futbolistas.
Dicen que también faltan vocaciones para la medicina y veremos a ver si no desaparecen las vocaciones de agricultores, de camioneros y de otros muchos oficios fundamentales. Hay mucho paro, pero también muchas empresas que no encuentran trabajadores. Como en otros tiempos, nunca faltarán aquellos cuya vocación, más con ‘b’ que con ‘v’, si es que se le puede llamar así, es ganar dinero. Y ¿qué decir de las vocaciones a la política? Si nacen del deseo de servir a la sociedad, bienvenidas sean. Desgraciadamente, en algunos casos se trata solamente de un autoservicio, de una forma de ganarse la vida, sin preocuparse de l0s verdaderos problemas de la gente.
El lema del mencionado Congreso de Vocaciones es ‘¿Para quién soy?’. Podríamos traducirlo también como ‘¿Para quién sirvo?’. Si cada cual descubriera aquello para lo que está llamado y se entregara sincera y generosamente, otro gallo cantaría. Pero centrémonos ahora en las vocaciones a la vida sacerdotal y a la vida consagrada. Que en España y en Europa están en crisis es innegable. ¿Es eso una buena noticia? Creo sinceramente que no. El servicio prestado a la sociedad, además de ser portadores de la Buena Noticia, tan necesaria en momentos de confusión, es bastante más grande de lo que muchos imaginan, en todos los órdenes. Dicen que solo se sabe lo que vale una madre cuando se pierde. Así ocurre con esta creciente disminución de personas especialmente consagradas. Es cierto que seguir esta vocación exige generosidad y renuncias, pero merece la pena, y nadie que diga sí a la llamada tiene motivo para sentirse defraudado. Confiamos, pues, que este congreso recién clausurado dé abundantes frutos, que redundarán en bien de todos.