Martes, ocho y diez de la mañana. Bien pertrechado contra el matinal diluvio me dirijo al habitual café a, con dos bien cargados y releyendo ‘Un armario lleno de sombra’ de don Antonio Gamoneda, terminar de ser persona y no empanado transeúnte. Hago el recorrido al modo Rudolf Nureyev en evitación de las innumerable baldosas-fuente con que carnavalescamente afea nuestras calles el nunca suficientemente ponderado ayuntamiento capitalino. Ya sentado, reparo en que a los corteses buenos días cruzados he acompañado mis quejas respecto de la tromba de agua que inauguraba el día.
Fue al revolver el endulzante que me di cuenta de mi exagerada queja. Al fin y al desayuno (no pega aquí lo de «a la» o «al postre») me estaba quejando de ser, digamos, acosado por un fenómeno atmosférico natural y bien propio de la estación otoñal en que estamos. Si ante tal normalidad –la de la lluvia, no la de las baldosas-fuente– reaccionaba así, con qué agobio y desesperación lo haría si lo que habitasen los cielos no fueran negras nubes cargadas de lluvia, sino que fuesen teledirigidos drones de combate cargados de destructivas municiones; con qué exasperación o angustia afrontaría la huida –no parecen muchas las posibilidades de que la población civil enfrente– de los bombardeos por parte de una aviación enemiga plena de mala voluntad pues no mantiene escrúpulo alguno en bombardear y asesinar hombres, mujeres, niñas y niños no beligerantes («Un nuevo análisis de Oxfam Intermón revela que el ejército israelí ha asesinado en un año a más mujeres, niñas y niños en Gaza que durante el mismo período en cualquier otro conflicto de las últimas dos décadas»). Presto apagué la imaginación de ver a cualquiera de mis afectos y a mí mismo presos de tal situación bélica. Mas, ¡ahí va!, ¡la conciencia!, de nuevo se me presenta tal realidad, tal posibilidad, aun cuando lo que veo es una hoja en blanco con caracteres, palabras en negro. De ahí, de aquí, que no me canse de repetir que «Hay que parar la guerra», que no queremos «Ni genocidio ni terrorismo» tal y como proclama el manifiesto firmado por miles de ciudadanos y profesionales de la cultura por el que se llama a una movilización activa por la paz (https://pararlaguerra.es/).
Si allá por 1955, el filósofo Theodor Adorno sentenció: «Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie», que duda cabe que, ante el presente genocidio, escribir prosa o poesía de espaldas a esta realidad es cobardía si no complicidad.
¡Salud!, y buena semana hagamos y nos dejen tener.