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Pasando olímpicamente (de) agosto

29/07/2024
 Actualizado a 29/07/2024
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El verano olímpico siempre proporciona un dulce horizonte de piscinas azules. Desde esta perspectiva horizontal, tan propia del sillón bol, veo la ceremonia inaugural de los Juegos como un canto a la libertad y la diversidad. Sé que a muchos no les ha convencido esta inauguración en tránsito, esta solemne performance itinerante a lomos del Sena, pero en este punto debemos recordar que los ríos son la metáfora perfecta de la vida. Nacen y mueren, pero, sobre todo, transcurren. Nacen de un manantial breve y salvaje, mueren en comunión con otras aguas, con las que se confunden para siempre para ahogar la arena y el lodo del camino. 

París. Una ciudad, un río. Riverrun, riverrun, riverrun, como decía Joyce hablando del Liffey. El paisaje modelado por las aguas es, también, el paisaje de la existencia humana. Las aguas son la vida, y limpiar el Sena (hasta donde haya sido posible) es como limpiar el corazón. Me vi reflejado en ese viaje en el tiempo, mientras la historia se asomaba la otra noche al gran río. Me vi cabalgando el caballo metálico, quijotesco quizás, como la amazona enmascarada que traía el viejo perfume de los autores decimonónicos. Misterio y espadas. Tejados de París para tocar las nubes. 

Lo cierto es que ahí está ya agosto, el mes del gran vacío. Se agradece, aunque sólo sea porque eso implique que callen los altavoces mediáticos de la discordia, el ruido (el rebumbio, decían en mi pueblo) de los que se empecinan en hacerse oír, aunque sea para decir simplezas. O para escribirlas en Twitter (X, ahora, según Elon Musk: otro que tal). Agosto dulcemente vaciado de contenidos vacuos, valga el oxímoron (o lo que sea) reina en el azul. Aunque sintamos horror al vacío, brindamos por esta oquedad. Se recibe con alegría, como decía Berlanga de los americanos. 

Pero, en año olímpico, todo tiene un añadido de nostalgias infantiles. Imitábamos los Juegos en los veranos rurales, saltábamos olímpicamente, caíamos en los montones de arena de algunas casas en construcción, cuando aún no conocíamos ni siquiera el mar. Hoy, el deporte se ha agigantado, ocupa una parte sustancial de la realidad. Televisivamente, funciona mejor que una película. Los medios son tan asombrosos que uno se siente en la pomada, vuela con los atletas, bate marcas imaginarias en esa pax romana del sillón, en ese extraño horizonte de sucesos domésticos. 

Este país aprendió a vaciar agosto por imperativo climatológico. País turístico, en pleno debate contra la gentrificación y la desnaturalización de los espacios, agosto siempre nos pareció una cesión al consumo exterior, una forma de dejar sitio al visitante. El que podía, se iba también. A veces sólo al pueblo de los ancestros, como todavía hacemos. Siempre hay que tener un pueblo para poder escapar. Los pueblos permiten aún la improvisación, el desprecio horario que tanto añoramos. En León aún se percibe cómo los pueblos se hinchan bajo ese sol implacable, y en las noches, durante las verbenas que aún resisten, todo parece tomar la textura de otro tiempo, bajo el caudal de las estrellas. Hay un momento en los sotos y en las huertas en las que se iguala el presente con la alegría de la juventud perdida. Regresa entonces aquel paisaje, aquella gente con camisa de domingo, aquella limpieza de las fiestas locales, aquellas mesas que poblaban los patios para acoger vecinos y parientes. Quizás sólo es un sueño. Una confusión entre pasado y presente. Quizás ya no queda nada. 

La modernidad nos ha permitido huir más lejos. Aunque un pueblo perdido sea el mejor lugar para perderse, a veces arrebatados por un exceso de nostalgia, lo cierto es que hemos globalizado también la quietud de agosto. Escapar del paisaje habitual, cuando se puede, limpia la mente, como suele decirse. Hace más por nosotros una ruptura abrupta con lo conocido que un descanso prolongado en el mismo salón del invierno. Pero es verdad que las pantallas se encargan de darnos una falsa sensación de que dominamos el mundo. Desconectarse parece ya una quimera. ¿Cómo silenciar el ruido del curso político? ¿Cómo limpiarnos de todas esas capas dialécticas que nos envuelven? ¿Cómo volver a aquel silencio de las huertas y las fuentes?

Aquí estamos, deseando agosto, pero pasando olímpicamente de él. Temiendo que transite demasiado rápido en el calendario. Temiendo el regreso antes de habernos ido (si es que nos vamos). El mundo viaja tan acelerado que ya pensamos más allá de lo inmediato. Nos han acostumbrado a la insatisfacción, al deseo continuo, a la necesidad de las recompensas inmediatas y a menudo falsas. Y por eso empieza a triunfar esa política de enconamiento, que subraya sistemáticamente lo negativo y abomina de cualquier intento de alcanzar acuerdos. La insatisfacción, recreada por los hacedores de la discordia y los sembradores del odio, los estrategas de la nueva oscuridad, intenta romper cualquier sensación de alegría, busca el desorden y el enfrentamiento simple y radical, sin lugar para el pensamiento profundo ni para la concordia, sólo para la simpleza que permita abrir brecha en la paz de los ciudadanos con el arma del miedo. 

Por eso os deseo un agosto libre de ruidos y voces airadas. Quizás no esté mal dejarse llevar por estos Juegos de París, por el sueño clorhídrico de tantas piscinas azules, que prometen la gloria y la bendición del agua. Por los atletas de los pies ligeros. En los días lejanos, esta ceremonia constituía uno de los eventos principales al lado del Mediterráneo, ese azul de Grecia que Joyce pidió para la cubierta del Ulises que publicó, hace poco más de cien años, Shakespeare and Company. Sí, también en el corazón de París.

En los días lejanos los griegos alababan los cuerpos gloriosos, exhortaban a soldados y atletas a llegar más lejos, cubrían sus cuerpos con aceite y rodeaban la frente con ramas de laurel o quizás de olivo. La reinvención de esta ceremonia, aunque artificiosa a veces y tal vez excesivamente solemne (los franceses aman la solemnidad y glorifican al héroe solitario), nos sirve para recordar que debemos aspirar a volar siempre más alto, pero respetando a todos, procedan de donde procedan, hablen la lengua que hablen, tengan el color de piel que tengan, sabiendo que no has de querer para los otros lo que no quieras para ti. Mientras los atletas pasan por la pantalla, mientras la flecha ante el arco debe partir y el lanzador de jabalina aspira a rasgar el techo del mundo, nosotros permaneceremos en este silencio cómplice y horizontal, dejando que agosto fluya en el salón como el Sena bajo la dulce luz de París, riverrun, riverrun. Pues todo fluye, panta rei, riverrun, riverrun, riverrun.

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