La semana pasada he estado fuera de España. Aunque hoy en día las nuevas tecnologías permiten contactar con los diferentes medios informativos, las circunstancias no ayudaban a estar al día y con detalle de las noticias de nuestro país. Es decir, en la práctica he estado desconectado, como si todo quedara muy lejos y perdiera interés, como si aquí no pasara nada. Al regresar, es mucho más fácil tomar conciencia de la cruda realidad con la consabida indignación que produce especialmente el observar tantas miserias y mezquindades. Una vez llegados al suelo patrio, ya surge la necesidad de ponerse al día. Si no fuera porque no podemos adoptar la práctica del avestruz, cuando mete la cabeza bajo el ala, sería mejor no enterarse de las cosas para no ponerse de mal humor. Pero no es propio de personas responsables cerrar los ojos ni dejarnos llevar de la indiferencia. En definitiva todos somos responsables de lo que ocurre.
Por ejemplo, no puede resultarnos indiferente la hipocresía y el cinismo de algunos colectivos feministas, con ocasión del día de la mujer trabajadora. Aunque tengan razón en muchas de sus reivindicaciones, no parece de recibo que echen la culpa del machismo a la derecha y a la ‘derechona’, mientras que cada día se descubren nuevos escándalos de sus colegas de izquierda y ultraizquierda, que se presentan como ejemplos referentes de la ética y cuyos nombres más significativos están en la mente de todos. Sin embargo da la impresión de que sus compañeras han estado encubriendo sus abusos y sus conductas vejatorias. Hace falta tener mucho morro. Y así en todo.
Pero también nos desconcierta el comportamiento de la mencionada ‘derechona’ que últimamente está adoptando unas actitudes y hechos nada reconfortantes, caminando hacia un radicalismo que no favorece las expectativas de cambio. Tal vez algunos piensen que no debemos hablar de estas cosas, que hay que dejar al mundo correr, que la política hay que dejarla para los políticos. Pero lo más triste es que la mayoría de la gente, aunque no viaje a otros países, parece estar permanentemente desconectada de la realidad o conectada a mundos de ficción, pendiente de las redes sociales, sin dejar de utilizar el teléfono, la televisión o el ordenador, pero lejos de la vida real. Otro peligro, si se trata de recabar información, es buscarla solamente en algunos medios sesgados y manipuladores, sin molestarse en buscar más fuentes y contrastarlas con un sano espíritu crítico. Conectemos como Dios manda.