Pequeñines no, gracias

Según un informe de Eurostat, agencia estadística de la Unión Europea, han desaparecido en los últimos quince años el 40% de las explotaciones agrícolas y ganaderas de Europa. Nada menos. Los precios que los productores primarios reciben por sus productos apenas varían y están lejos de cubrir los costes de producción que sí que crecen sin parar. Eso sí, los consumidores en los supermercados pagamos por esos mismos productos unos importes en muchos casos desorbitados. ¿Dónde está esa diferencia? Buena pregunta.

Lo considero un fallo garrafal en la cadena alimentaria, que conduce a una situación insostenible para la mayoría de pequeños agricultores y ganaderos. Terminan abandonando su actividad, su medio de vida, para ser absorbidos por macro granjas y macro cultivos. El impacto negativo que esta tendencia pueda tener en el medio ambiente o en la despoblación del, ya de sobra masacrado, mundo rural, es irrelevante. Por lo visto, lo que de verdad importa es que se trata de un sistema más rentable y más controlable.

Por otra parte, la edad media de las personas que se dedican al trabajo en el campo indica que no hay un relevo generacional. Lo normal, dadas las circunstancias. Además está la cuestión de las políticas de importación y exportación, con los productos locales como principales damnificados. En estos días se ha conocido el resultado de una investigación liderada por la Comisión Europea. Resulta que alrededor de la mitad de las muestras de miel, de procedencia extracomunitaria, están adulteradas y por eso son más baratas. Se confirma lo que nuestros apicultores llevaban tiempo advirtiendo. Estamos ante un auténtico drama sin solución, al menos a corto plazo.

Y todo esto, salvando ciertas diferencias, se podría extrapolar a lo que ocurre en las ciudades con las pequeñas tiendas de barrio que se ven asfixiadas y engullidas por las grandes superficies. Concentración, masificación. La RAE podría registrarlos como sinónimo de ruina y destrucción.