En este presente marcado desde hace tiempo por la abundancia y por tantas contradicciones, parece que viajar fuera únicamente coger el avión y embarcarse hacia las antípodas más exóticas y lejanas, para luego, de vuelta, contarlo y alardear de ello.
Pero no. Tenemos parajes de nuestras tierras ahí, al alcance de la mano y que, muchas veces, desconocemos más que otros destinos que, aparentemente, tienen más prestigio.
¿Por qué no cultivar, por ejemplo, en uno de estos días de finales de agosto, alguno de esos pequeños viajes, de esos pequeños itinerarios de cercanía, para conocer mejor nuestra tierra?
Podríamos, de este modo, aventurarnos a un pequeño recorrido por las cabeceras del Órbigo, para advertir cómo el nacimiento de ese río tan emblemático de las tierras leonesas nace por la suma de otros dos, que se unen –y hay una pista señalizada, para contemplar tal unión– en el término de Secarejo, suerte de horca fluvial.
Por el oeste llegan las aguas del Omaña y por el este las del Luna, para dar nacimiento –en un caso bien singular, de nacimiento de un río, no por una fuente o pequeño manantial o nacedero, sino por suma de otras dos corrientes fluviales– al Órbigo.
Porque tanto el Omaña como el Luna provienen de sendas áreas leonesas homónimas de montes y de valles, marcadas por una cierta ancestralidad, por culturas rurales con una personalidad muy recia y definida, que ha llamado la atención de geógrafos, antropólogos y etnógrafos.
Desde Carrizo de la Ribera, podemos remontar al río por la margen izquierda e ir contemplando Cimanes del Tejar, Azadón, Secarejo, pueblos acurrucados entre el cauce del río y los montes. En Secarejo, un fin de semana de mayo pasado, escuchábamos una tarde las músicas procedentes del monte, en una celebración de romería, que han de realizar los distintos pueblos de la contorna, a la ermita de Santa Catalina, aupada en la cima del monte.
Después, en Villarroquel, ya contemplábamos el cauce del Luna y, visitando Santiago del Mollinillo y Pedregal, nos llegábamos hasta Las Omañas, para descender a continuación a Villaviciosa de la Ribera, pueblo con alguna casa solariega convertida en establecimiento hostelero, en concreto el antiguo palacio del conde de Rebolledo, y, sobre todo, en el que se halla ubicada la ermita mariana de la Virgen de la Portería.
Y esta advocación mariana de la Portería, ubicada en Villaviciosa, fue, en el pasado, un centro devocional importante para las gentes de la zona, a juzgar –y esto lo hemos observado en nuestras investigaciones en el Archivo Histórico– por la abundancia de mandas de misas que aparecen en los testamentos de no pocos vecinos y vecinas de los siglos XVII y XVIII.
Y qué decir de Llamas de la Ribera. Estuvimos en su último Carnaval –lo hemos hecho otras varias veces– y es ancestral, colorista, simbólico y bullicioso. Pero antes nos detuvimos en San Román de los Caballeros, para, tras hacerlo en Llamas, continuar hasta Quintanilla de Sollamas. Y terminar cerrando el círculo en Carrizo.
Podemos tomar el pulso a nuestras tierras y conocerlas mejor en estos pequeños viajes. Estos días de finales de agosto, venciendo todas las perezas, constituyen una ocasión propicia para ello.