A los que ahora son mayores, bastante mayores, les sonará lo de las «permanencias». De aquella no había autonomías y los maestros eran «Maestros Nacionales». No hace falta decir que eran muy respetados.
Hoy la cosa no es que haya cambiado, más bien, estos valores y el civismo han sido eliminados. Cuando el maestro hablaba con los padres (padre y madre) decían ¿Qué ha hecho ahora el niño? En esta misma situación la pregunta sería: ¿Qué te ha hecho la maestra, cariño?
Las clases eran intensivas, como algunos progenitores quieren; incluso, una vez acabada la jornada escolar, se prolongaba una hora más: «Las permanencias». Tan de carácter «voluntario», como en la mili. Y había que pagarlas. Era la forma de que el maestro pudiera redondear su exiguo sueldo.
Por entonces no había clases de inglés, ni judo, ni ballet artístico, ni Nintendo... para entretener a los hijos, que eran una lata, pero no los pequeños dictadores de hoy.
No es casual que, apenas iniciado el año escolar, se abra el debate sobre la implantación de la jornada continua o la jornada partida. Pero, tanto en un caso, como en otro, la cuestión poco o nada tiene que ver con la educación.
Muchas familias se decantan por la intensiva, porque a los pequeños tiranuelos, mejor los tienen almacenados en la escuela, que dando guerra en casa. Por otra parte, incluso para los pudientes, las actividades extraescolares se han encarecido mucho y la gente se lo piensa.
La otra opción para la jornada partida es la pobreza generalizada, la carestía de los precios, los impuestos y el escaso valor en que la inflación ha dispuesto al dinero. Son los que los políticos llaman: «Los más vulnerables» o pobres de solemnidad, como se decía antaño. Para muchas familias la opción es que el niño pueda asistir al comedor escolar que, en muchos casos, será la única comida del día.
Una actitud humanitaria pero que no correspondería a los centros educativos, cuya labor es la formación de los estudiantes y contar los medios necesarios para ello.
En una época en que fui docente, un amigo vino a decirme: «Qué trabajo tan cómodo y bien pagado!» Sus palabras me parecieron una burla y mi respuesta fue la siguiente: «Tú tienes un chaval insoportable y no lo aguantas». «Como el tuyo, tengo yo todos los días, cuarenta que son hijos de su padre y no míos».
Y dejamos de ser amigos.