Pesimismo prevacacional

26/06/2024
 Actualizado a 26/06/2024
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Son las ocho de la mañana y no le ha hecho falta la alarma. Hace casi un año que no necesita despertador porque hace casi un año que frente a su ventana solo se oyen grúas, martillos, golpes de metales, taladradoras y voces entre trabajadores que, puntualmente comienzan su ruidosa jornada bien pronto por la mañana (a veces incluso antes, qué aplicados) y puntualmente también hacen un pequeño descanso justo cuando tiene que salir de casa (qué detalle). «El infierno –si lo hubiera– debe ser algo parecido a que derriben y después construyan un bloque de cuatro pisos y ocho viviendas en tus sueños», piensa.

La mañana ya empieza del revés. Ha dormido poco porque ayer volvió a acostarse tarde gracias a dos de las lacras más peligrosas para la juventud que busca «abrirse un camino»: el exceso de productividad y las redes sociales. Desayuna en la cocina de su piso compartido (donde también se escuchan las obras) entre las tazas sin fregar de una compañera y un calcetín tirado que debió escaparse de su colada. Así es como se desemparejan, señoría. En el pasillo se encuentra un cuenco roto que probablemente haya tirado la corriente porque es costumbre en esa casa dejar las ventanas abiertas de par en par. «Necesito vacaciones de todo», refunfuña.

Sale a la calle y en los cascos suena algo de música que pretende romantizar el camino hacia el trabajo. O quizá un pódcast que alimenta más la ansiedad ante un mundo  que cada vez se le antoja más desconocido. ¿Será que hasta la actualidad necesita un respiro? En un intento de que los diez minutos de paseo mañanero se conviertan en algo agradable, pasa por debajo de tres andamios, esquiva una grúa canasta y a tres patinetes eléctricos sin dejar de pensar que, llegado junio, la ciudad le parece un territorio hostil. El termómetro de la plaza marca más de 30 grados y, aunque este año parece que el verano no termina de llegar, solo piensa en dormir sobre el colchón de lana.

Al llegar al trabajo y consultar las informaciones de primera hora encuentra que esa ansiedad se convierte en miedo al reconocer una sociedad que desconoce el significado de la solidaridad y desde luego que nunca supo reconocer la palabra empatía. Palabras llenas de odio y comentarios sin razón que se vierten alegremente sin ningún tipo de consecuencia, mucho menos moral. ¿Será que todos ellos necesitan también un descanso de aquello que les está infundado esa mala baba? «Ojalá», reconoce.

Si tuviera que escribir un diario, los días antes de las vacaciones estarían faltos de esperanza, con mucho sueño y emborronados con típex.

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