12/05/2024
 Actualizado a 12/05/2024
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Era 23 de septiembre de 1939. El músico judío Szpilman toca en directo desde radio Varsovia el ‘Nocturno nº 20’ de Chopin. Esa sería la última transmisión en vivo en la radio polaca durante años. Los acordes se perdieron en la noche, entre las bombas que los nazis lanzaban sobre Varsovia y la música dejó de existir porque había estallado la segunda Guerra Mundial. La película ‘El pianista’ basada en un hecho real, es una adaptación de las memorias de Szpilman, ese músico polaco de origen judío que sobrevivió al Holocausto y a la ocupación de Varsovia, que tocaba aquella noche en la radio. Un hombre que padeció todos los horrores de una guerra, llevando con él la música que le salvaría la vida, al mostrar un cielo en el infierno, al soldado alemán que le descubrió. ‘Nocturno’ de Chopin fue una canción por una vida. O puede que solo fuera suerte haber tropezado con un hombre que bajo el uniforme militar llevaba un alma. 

Quizá esa canción nos esté haciendo falta y debería sonar siempre, mientras haya una guerra activa y un militar con un corazón adentro. Debería considerarse himno de paz y ser obligatorio saber tararearla. Ninguna otra música habrá sido tan bien bailada. Ninguna nota musical ha tenido más sentido que aquellas. Ninguna melodía habrá estado más justificada y ninguna estampa podrá contar tanto como las manos cuarteadas y esqueléticas del pianista contando una guerra entera con sus dedos, con el hambre y el miedo aporreando las teclas. Fue un himno nacido entre las ruinas, convertido de forma clandestina en el himno de la victoria del hombre, del humano que supo perdonar la vida a quien un simple uniforme convertía en enemigo, por regalarle una melodía.

Hoy creo haber visto otra escena de El Pianista. Esa en la que hay un solo hombre y una ciudad en ruinas, ahora en un lugar llamado Rafah. Otro nombre más de los que no existían en el mapa hasta que no le alcanzó la muerte y el fanatismo. Y dice el poderoso Estados Unidos que igual detiene el envío de bombas a Israel porque le preocupa el uso que haga de ellas sobre ese pequeño lugar reducido ya a ruinas, piedras y muerte, mientras Israel repite el estribillo sobre Hamás que canta desde otoño. Viendo los edificios reducidos a la nada y vidas convertidas en montones de enseres desparramados entre escombros, se agotan las palabras. Otro escenario dantesco de familias desplazándose a la fuerza, huyendo de la nada hacia la nada, recorriendo el borde del abismo mientras el peligro sobrevuela sus cabezas. Hoy fue un día lluvioso de mayo, en Rafah. Un chico de unos doce años pretende salvar un balde de color azul, un caldero rojo, una manta de rayas y una cazuela rota. Lo lleva todo en un carretillo ¿Para qué carga ese chaval con todo eso, con lo que le pesa la vida? ¿O es que no le queda más vida que esa? Cerca de él, una niña más o menos de su edad, camina entre tiendas de campaña chapoteando en el barro, con otra niña aún más pequeña en brazos. Y uno se pregunta si no habrá un piano por alguna parte y un soldado con un corazón adentro que les ayude a seguir viviendo, aunque no conozcan a Chopin.  

Noticias que se engarzan sin querer con el piano callejero que estos días se dejó la melena suelta y las notas libres, desparramadas por el suelo de León, dejándose picotear por las palomas. El viernes fue el piano quien se adaptó a nosotros y por un día, se puso zapatos planos, vestido de diario y caminó sobre las piedras, dejando que sus melodías conociesen el placer de ser imperfectas y de perderse por las calles de la vida real, entre el murmullo de gente, coches y niños o descansar sobre el silencio de algún anciano sentado a la sombra, preguntándose qué hace un piano en plena calle.  Música naciendo a la intemperie, amparada por las piedras de Botines o en el regazo inmenso de la Plaza de San Martino. Teclas ofreciéndose a manos talentosas y a dedos que nunca amasaron música, pero ese día se animaron a rozar tímidamente el teclado. El ciclo `Piano Lontano´ busca fomentar el uso de este instrumento, acercándolo a la vida cotidiana, sacándolo de espacios cerrados, sin butacas enumeradas, ni silencio absoluto, ni focos apagados. En esta ocasión fue la música quien salió a formar parte de los sonidos del mundo en un viernes de primavera. Bonita forma de promocionar el ciclo que arrancó ayer en el auditorio Ciudad de León con el concierto de Chano Domínguez. 

En estas fechas de mayo en que las imágenes de Gaza se mezclan con la noticia del piano callejero, todo se une y encaja. Todo te lleva al Pianista y te invita a ensoñar, o más bien a rememorar   lo ocurrido esta misma semana de 1945. Porque fue un nueve de mayo cuando Szpilman, el Pianista superviviente, interpretó la Polonesa Brillante de Chopin, pero esta vez anunciando el final de la guerra. Efectivamente, esta semana de mayo las calles deberían llenarse de pianos tocando al unísono la misma melodía que Szpilman, anunciando el final de la guerra. De todas las guerras. Incluso borrando la palabra guerra.

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