Cada vez que los leoneses planteamos la cuestión de separarnos de Castilla, el resto de los españoles nos ven como a marcianos. Desde fuera no se entiende; sin embargo, este sentimiento lleva palpitante muchos años.
Previa conformación del mapa autonómico, León ya se manifestó en contra, nunca quiso estar sometido a Valladolid, cuestión compartida por una inmensa mayoría de ciudadanos de diferente posicionamiento político. Y que nadie se rasgue las vestiduras, nada tiene que ver este deseo con el independentismo, León es España, ni es necesaria una reforma constitucional.
El pasado domingo vivimos de nuevo otra manifestación en las calles y nuestro alcalde José Antonio Díez recuerda que no sólo se ha aprobado una moción en la Diputación Provincial, casi 60 ayuntamientos de León se suman a la propuesta.
Nos sobran razones históricas para reclamar la autonomía de esta provincia, el Reino de León es, como el Principado de Asturias, un territorio histórico, cuna del parlamentarismo, pero es que, además, estar unidos a Castilla no ha hecho sino desangrarnos y negar el progreso que nuestra tierra, como todas, merece y cuya permanencia en esta comunidad condena al olvido y el abandono.
Marcarnos un Lexit ahora parece difícil, por la situación política actual de España y de Europa, su fragilidad, sus intereses. Ni a Sánchez ni a Mañueco les importa León un pimiento, ya que no tenemos escaños negociables, pero como todo en esta vida, pico y pala. Por eso apoyo la moción de nuestro alcalde y admiro su resistencia y su valentía frente al oscurantismo de este PSOE que mientras se hunde se ríe de nosotros a través del ministro Puente, que aprovecha para chulearse de la nueva estación de tren que construirán en Valladolid, presupuestada en 253 millones de euros, mientras León lleva operando con un apeadero provisional de AVE unos quince años.
No hay inversión, ni emprendimiento, ni infraestructuras, solo recochineo.