Estoy alucinando pepinillos, como dicen los novísimos, con este puto desastre de mundo en que vivimos. Vamos directos a una hecatombe por su sitio y en vez de estar preocupados, acojonados, en un sinvivir, nos devanamos los sesos con cosas que, de por sí, no tienen ni medio pase. Además, estoy mintiendo: una hecatombe era el sacrificio a los dioses de cien bueyes (o en su defecto, toros o vacas). Esta movida la hacían muy de tarde en tarde, porque la logística era difícil y costosa y se conformaban con pasar por la piedra a un pollo, un ganso o un ternero. Así tenían más o menos contenta a la divinidad. A poco que la cosa se complique (y con las declaraciones de los líderes con ínfulas de ganar la posteridad, como el ‘Napoleonchu’ francés, parece que se va a complicar), a medio plazo nos podemos encontrar con una guerra nuclear que devaste a toda la civilización. A nosotros también nos afectará, no creáis, porque los putos yanquis tienen una base naval en Rota de cierta importancia. Y los rusos, como no son tontos aunque algunos lo piensen, la verán como un objetivo legítimo, que sin duda lo es. O sea, que no nos libramos...
En cualquier caso no quiero asustaros. Pienso escribir hoy sobre la ‘autarquía’, esa condición en la que vivió el Régimen del General cuándo toda Europa nos tomaba por apestados. Uno no la sufrió, pero sí escuchó hablar de ella a mi abuelo y a mis padres: las pasaron más putas que en vendimia pero, más mal que bien, sobrevivieron. El caso es que España, por mor de ser más europeos que los franceses o los italianos, entró en la Otan por la puerta de atrás, merced a un referéndum que se sacó de la manga, como si fuese un mago, el Gobierno socialista de González. ¿Por qué entramos en la Alianza Atlántica?; ¿para defendernos de los rusos o de los chinos? ¡Hombre!, uno tiene claro que no tenemos ningún conflicto con esa gente, por lo que me parece una disculpa estúpida. Con los únicos que andamos así así es con los marroquíes, que no cesarán hasta conseguir que Ceuta y Melilla sean parte de su territorio. ¿La Otan nos defendería en caso de guerra con Marruecos? A poco que leas algo sobre política internacional y geoestrategia, sabrás que no, porque los amos del tinglado, los yanquis, se llevan mejor con ellos que con nosotros y les es más rentable tenerles como amigos que a los españoles.
Luego vino lo de entrar en la Unión Europea. Sí es verdad que, en su momento, recibimos miles de millones de euros para lograr un desarrollo comparable al del resto de miembros. Pero, ¿a qué precio? España fue durante un tiempo la octava o la novena economía mundial. Hoy estaremos en el puesto quince o dieciséis. Cuando entramos, había menos paro que hoy y la gente se podía comprar un coche o un piso con relativa facilidad. La gente, yo, por ejemplo, se casaba y se iba de casa de sus padres a los veintitantos años. Hoy, para desgracia de ellos, los hijos abandonan el nido a los treinta y muchos y lo de tener vástagos viene a ser un anatema, como poco.
Europa, la Europa calvinista y luterana, nos ha visto siempre como africanos. Los viajeros románticos se metían con lo morenos que somos en una actitud racista de manual. Incluso al gran Beethoven le llamaban despectivamente «el español», porque era muy moreno. Esos países, comenzando por Holanda y acabando por Finlandia, nos llaman vagos, gastadores, fiesteros y puteros. Seguramente no les falte razón, pero, ¡incluirnos en los ‘pigs’!, junto con nuestros hermanos portugueses, griegos e italianos dice bastante de su catadura moral y de su racismo ancestral.
Europa se ha reído de los agricultores, de los ganaderos, de los pescadores desde hace décadas. Y lo hacen arguyendo disculpas como lo del cambio climático, echando en sus espaldas que son los que más contaminan... No tienen ni puta idea de lo que es un agricultor, pero pontifican más que el Papa sobre cosas que se les escapan. Y todo viene precedido por el poder casi omnímodo de los ‘laboratorios de ideas’ de las más prestigiosas universidades americanas, que son las que crearon el feminismo ultra, la lucha contra la discriminación racial o el respeto a las minorías: todos objetivos muy loables en su enunciado pero que parieron mal, sobre todo si hablamos de una sociedad como la yanqui, dónde el racismo y la desigualdad campan por doquier. Lo malo es que en estos ‘laboratorios de ideas’ surgen también las pautas de comportamiento de los sueños en política exterior, persistiendo en el convencimiento patológico de que ellos son los elegidos por Dios para liderar el mundo y que cualquier país que se oponga a ello puede y debe ser borrado del mapa.
No exagero ni un pelo y lo sabéis, pero no hacéis nada por revertir esta situación injusta y colonialista. Es lo que da el campo. Salud y anarquía.