Pilula fatua inutilisque
29/04/2018
Actualizado a
19/09/2019
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Hay gentes que se permiten cosas fantásticas. No es nada nuevo: ha ocurrido desde que el mundo es mundo y son bien numerosos los ejemplos a lo largo de todas las épocas de la historia. Las hubo, las hay e, inevitablemente, las habrá. Con ellas se puede practicar la conjugación de cualquier verbo. Lo cierto es que, como lo fantástico es un concepto subjetivo, si fuésemos preguntados,cada uno elegiríamos un hecho completamente diferente.Puestos a escoger, a mí me parece bien significativo el protagonizado por Marco Antonio quien, según recoge Plutarco en su obra ‘Vidas paralelas’, le entregó a Cleopatra como regalo de bodas la biblioteca de Pérgamo. Construida en la acrópolis de la ciudad, había sido fundada por Atalo I y, aunque no se han conservado ni índices ni catálogos, las fuentes antiguas estiman que llegó a tener unos 200. 000 ejemplares en tiempos de su hijo Eumenes II, que fue quien la convirtió en esplendorosa y en la segunda mayor de las conocidas de la Antigüedad. Se sabe que el edificio estaba compuesto de cuatro salas y que en la principal se erigió una estatua de Atenea, que medía 3 metros, y se hizo siguiendo probablemente el modelo de la ateniense. Por cierto que Pérgamo, ciudad de Asia Menor (hoy Turquía), situada frente a la isla de Lesbos, dio nombre al pergamino porque la ciudad era reconocida por su ingente producción de ese fundamental soporte de escritura gracias al cual se conseguía reducir la dependencia del papiro. Marco Antonio dispuso alegremente de una biblioteca que obviamente no era de su propiedad para compensar a Cleopatra, que se había quedado sin la suya, la de Alejandría, en un incendio en el que habían tenido mucho que ver los romanos.No fue la única cosa fantástica que ocurrió en Pérgamo, ciudad que Roma había recibido en el siglo II a. C. como herencia de su rey, Atalo III, a quien las tareas de gobierno le apetecían menos que la jardinería, la medicina o la botánica y que, sin herederos directos, se la cedió en su testamento a los romanos junto con un cuantioso tesoro que sirvió para acelerar la muerte del tribuno de la plebe Tiberio Sempronio Graco. Regalar lo ajeno o dejar reinos en herencia puede comparase, por lo fantástico, con lo que va a ocurrir con los productos homeopáticos, que el Ministerio de Sanidad autorizará a ser vendidos en las farmacias como medicamentos aunque no haya evidencia terapéutica que, en lenguaje vulgar, significa que no sirven contra ninguna dolencia. O sea, que no curan. Por qué le van a llamar medicamento a lo que podría llamarse, por ejemplo, ‘pilula fatua inutilisque’ es algo absurdo comparable a que yo vendiera sacrificios a Palas Atenea, a Asclepio o a todo el panteón grecorromano. Nadie diría que estuviese haciendo algo fantástico. Me tildarían directamente de chiflada, incluso los vendedores de humo que de cosas fantásticas son, sin discusión, los que más saben. Por cierto que, a la muerte de Marco Antonio, Augusto restituyó parte de los fondos a la biblioteca de Pérgamo que, sin embargo, nunca volvió a ser lo que había sido. Lo de siempre.
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