Hace 2450 años –si se da por bueno el 428 a.C., como dicen unos, entre ellos Nicola Abbagnano, que fue mi referencia cuando estudiaba–, o uno menos –si se opta por el 427 a.C., como apuntan otros–, que nació en Atenas –o en Egina, que tampoco está claro–, en el seno de una familia aristocrática ateniense, una de las personas más fascinantes –e influyentes, aunque quizás no seamos conscientes– de todos los tiempos: Platón. Así, con este apodo, que alude a sus ‘anchas espaldas’, es como ha pasado a la historia Aristocles –que era su verdadero nombre–, hijo de Aristón y de Perictione –el padre descendiente de Codro, último rey del Ática; y la madre, de Solón, uno de los grandes reformadores políticos atenienses–. Y morirá, ya octogenario, en el 347 a.C.
Discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles –ahí es nada–, fundó hacia el 387 a.C., en las afueras de Atenas, la Academia –su escuela filosófica–; y nos legó una extensa obra –que ha llegado hasta nosotros–, escrita mayoritariamente en forma de diálogo, sobre muy diversos temas: política, ética, cosmología…
Seguro que, al menos, te suena, el mito –la alegoría– de la caverna, aunque solo sea por haberlo estudiado; o la analogía de la línea dividida. Ambos se encuentran en la ‘República’, uno de sus diálogos más conocidos, cuya lectura, por cierto –o la de cualquier otro, claro: ‘Banquete’, ‘Parménides’, ‘Timeo’…– es, ni que decir tiene, una buena manera de conmemorar el 2450 aniversario de su nacimiento.
Estarás conmigo en que su ‘Teoría de las ideas’, el mundo sensible y el mundo inteligible –el ‘cosmos aisthetós’ y el ‘cosmos noetós’–, que las ideas constituyen la verdadera realidad de las cosas o que la idea de ‘Bien’ es la idea suprema, es apasionante. Como también su concepción del ser humano como una dualidad cuerpo-alma, el primero perteneciente al mundo sensible, y la segunda, al inteligible. O que el ‘demiurgo’ diera forma al mundo material copiando en él las ideas. Y eso, por poner tan solo algunos ejemplos…