30/12/2024
 Actualizado a 30/12/2024
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«En León se vive bien». A menudo utilizo esta frase en conversaciones con personas de otros territorios. En realidad, hacemos lo mismo todos los leoneses. También cuando reseñamos que «hace frío en invierno». Y solemos decir y escuchar que «cada vez se ven menos niños». Ocurre hace demasiado tiempo.

Si pudiera pedir un deseo a los Reyes Magos para mi tierra, sería que hubiera muchos más pequeños correteando por las calles y plazas de la provincia. Sería señal inequívoca de una economía en expansión, de que se van menos jóvenes y pueden afrontar el reto de la paternidad/maternidad con ciertas garantías de empleo estable, de que el pulso vital de León ha cambiado de signo.

No sé por qué razón, pero tengo cierta tendencia a leer estadísticas del INE. No me suele gustar lo que reflejan cuando se trata de León. La última sobre natalidad es abrumadora: por cada bebé que nace fallecen casi tres personas, estamos a la cola en hijos por mujer (1,06), somos la cuarta provincia española con la tasa anual de natalidad más baja (4,69 niños por cada mil habitantes).

En 1985 la tasa de natalidad se situaba en el 11,41. Entonces ya se hablaba de una tasa preocupante, se reclamaban medidas que revirtieran la tendencia. Cuarenta años después la situación demuestra que la gestión pública ha sido ineficaz, principalmente porque las anunciadas reindustrializaciones no han alcanzado más que para limitar una catástrofe mayor. Y eso que desde hace algunos años hay un ministerio que lleva el apellido de la Despoblación.

Quienes tenemos descendencia sabemos de la complejidad que entraña a las nuevas generaciones planificar una vida en pareja con más de un hijo. Las administraciones no ayudan lo suficiente. Según parece, la inmigración –ordenada– es la única solución al problema de los países del llamado mundo desarrollado. Pero en esto, como en todo, la fiesta va por barrios.

 

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