07/06/2024
 Actualizado a 07/06/2024
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El sábado me desperté en Donosti y me pareció atisbar al mismo tiempo las dos caras de la moneda. Vi la luna y el sol y la noche y el día. Después de una jornada vertiginosa –y durante la misma– vi el arte y la política y vislumbré que nunca pueden ser exactamente la misma cosa. Pasé de escuchar y disfrutar de la clase magistral de Robe, un hombre que viste falda y exige que ames y que ensanches el alma, a estar en una callejuela de nombre incierto, bautizada vulgarmente como ‘Ikatz’, cuyas paredes sirven de gancho para colgar una pancarta enorme que exige la abstención de los votantes en el 9-J. Vi el arte y la política como la luz y la sombra que acompañan siempre al individuo y preferí prestarme a la luz, pensando en que ojalá nos diese tan poco miedo hablar de lo primero como de lo segundo.

El arte es lo que nos salva de la muerte; lo que nos salva de una vida triste e inerte. Lo canta ese señor de falda y gesto aniñado con un cuerpo magullado de la experiencia. Lo canta ese señor que recita a Lorca, a veces; otras, a Manolo Chinato. Ese hombre que declama versos al aire ante ojos extasiados por la complicidad mientras otros buscan ser cómplices en unas urnas paradójicamente transparentes. Buscan marcar equis en papeletas pudiendo marcarlas en un mapa del tesoro hacia el conocimiento de uno mismo. 

Y lo cortés no quita lo valiente. Siempre hay algo de luz y de sombra -de arte y de política- en cada uno de nosotros; pero, en ocasiones, se nos olvida que la política sería Dios y que el pueblo sería el arte. Y que muchas veces es casi imposible creer en Dios. Se nos olvida que la política enfrenta, mientras el arte congrega, conforta, convoca más que cualquier jornada electoral. El arte bifurca y la política encamina. Y no comprendo que nos asuste tanto no entender lo primero al tiempo que fingimos constantemente entender lo segundo.

El domingo me desperté en Donosti y el olor a mar me hizo reflexionar sobre el arte. Este domingo despertaré en León y seguro que no pensaré en política. Tampoco lo haré en mi lecho de muerte; el arte habrá resuelto entonces todas las incógnitas que no pudo resolver la política.

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