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La poesía y mil primaveras más

24/03/2025
 Actualizado a 24/03/2025
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Vi entrar en mi casa el Día Mundial de la Poesía, casi al tiempo que entraba el mensajero de la primavera. Envueltos todavía en las telas negras del invierno, con el cielo poblado de nubes formidables que han engordado el caudal de todos los ríos de este país, asistimos a esa mezcla hermosa de poesía y primavera, aunque T.S. Eliot nos avisara de que abril, que ya se acerca, es siempre el mes más cruel. Poesía y primavera, árboles cuyas raíces se despiertan y se remueven con dolor en el vientre fecundado del humus, y pronto, quizás, un estallido rosa que acabe con tanta negritud como ahora se acumula en el horizonte. Nunca hizo tanta falta una primavera como ahora. Aquello que Álvaro Cunqueiro deseaba para la lengua gallega, por ejemplo: «mil primaveras máis», eso viene ahora galopando a mi memoria. Mil primaveras más para el planeta es mi deseo. Mil primaveras más para Europa, el último lugar en el que cobijarnos. 

La poesía sigue siendo el arma cargada de futuro, el arma que dispara flores y amor, cuando el paisaje se puebla de palabras de acero. La poesía entra en casa de la mano de la primavera, pronto veremos el estallido de las flores, el incendio de las rosas rojas en los jardines de la primera juventud, pronto reconoceremos aquellas tardes por cuya espalda trepaba el primer calor del año como un animal bellísimo, mientras los neveros de desperezaban en las alturas de la provincia, y los prados se teñían de tonalidades milagrosas, y entonces estábamos muy cerca de la felicidad.

Esa sensación de la naturaleza en comunión con nuestro cuerpo es la que celebra William Wordsworth en su Preludio, en su paseo hasta las ruinas de Tintern Abbey, acompañado de su hermana Dorothy. Se lo cuento a mis alumnos de la universidad, intento que comprendan cómo el poeta del Lake District celebraba la naturaleza aún no domesticada, sublime y a veces violenta, mientras en Londres el humo de las chimeneas de la Revolución Industrial cambiaba el paisaje para siempre. Hoy, la poesía sigue siendo una herramienta perfecta para combatir el advenimiento de una nueva barbarie. El mundo parece secuestrado por una camarilla de narcisistas que no conocen la compasión por los débiles ni la belleza de las palabras, sino tan sólo el perfume del dinero y el fuego del poder. Las viejas creencias sobre la educación y el arte, el delicado tejido que durante tantas generaciones crearon nuestros antepasados, para revelarnos la belleza de la vida, no interesa a quienes temen ser sorprendidos en su inmensa ignorancia, la espada que blanden una vez aupados a lo más alto, con esa miserable actitud y esa torpeza de quien no quiere ser molestado. Como todos los bravucones que hemos conocido, harán lo posible por no dejarnos manejar las herramientas del intelecto, por cortar el caudal de la cultura diversa, por no reconocer la grandeza de los otros. Y venderán una patria ardiente, emocional, cuatro eslóganes de mala calidad y palabras vacías. 

Este es el panorama al que nos enfrentamos, mientras los verdaderos asuntos de la humanidad se olvidan. Un golpe en el tablero mundial ejecutado por alguno de estos charlatanes de medio pelo sirve para convertir en un infierno la vida de mucha gente, pero ellos juegan ya en otra liga. La dureza del nuevo lenguaje no quiere saber nada de las melindrosas palabras europeas, ni mucho de lo que cuenta el arte o la poesía. Lo intelectual es despreciado, lo científico, también. Sólo esa voluntad de alcanzar el espacio, de aterrizar en Marte, se presenta como un paso más allá de la humanidad, pero todo ello envuelto en una carrera de egos. En pleno auge de la tecnología, el mundo se llena de palabras necias.

No son pocos los que han dicho que la mezcla entre estupidez e inteligencia artificial nos pone en grave peligro. Rosa Montero me lo contaba hace pocas fechas, cuando hablamos de su último libro (‘Animales extraños’), y ayer lo recordaba en ‘El País’ Lidia Jorge. Que existe un intento expreso de acabar con las democracias parece algo plausible, basta con leer los titulares de los periódicos en las últimas semanas. Angustiados por las nuevas guerras, una de ellas sangrando abundantemente en el corazón de Europa, apenas tenemos tiempo para advertir los peligros que están amasándose en el horizonte. Un poder extraordinario en manos de estúpidos de este calibre garantizaría un viaje seguro a la tiranía. Conviene saber que vivimos una grave crisis de liderazgos, pero también estamos enredados en un laberinto de manipulaciones y engaños, arteramente programados. La poesía nos alerta hoy del lenguaje envenenado con el que nos alimentan, la inocencia con que lo consumimos, el peligro de lo simple. 

Europa ahora se rearma (se habla de seguridad y no de guerra). Los líderes, abrumados por el dramático giro de los acontecimientos que vive el mundo libre, nos avisan de que los valores de la cultura y el humanismo van a ser puestos en jaque de inmediato. Es decir, las columnas de Europa podrían ser derribadas, porque los nuevos autócratas no soportan, al parecer, ninguna lección de libertad y progreso. El rearme se nos presenta, dicen, como la única forma de proteger los logros conseguidos durante siglos, y también la idea de la Unión Europa, sin duda el mayor proyecto político que se haya podido concebir en mucho tiempo. Europa, ya lo hemos dicho, molesta, su mera existencia molesta, y ello a pesar de sus errores y de sus dudas, y de su falta de implicación en algunas cosas. Europa desnuda a los que pretenden cambiar el orden mundial y establecer un mosaico de áreas de influencia que, con lenguaje de hierro, cree una atmósfera de neoimperialismo, en el que se repartirán sin freno territorios y riquezas.

La primavera entra en nuestra casa acompañada de la poesía. Este ha de ser el tiempo para que florezca la imaginación. Necesitamos un lenguaje que sea capaz de derrotar esta narrativa terrible a la que algunos quieren conducirnos. Necesitamos recuperar los grandes asuntos de la humanidad, la defensa de la tierra, regresar a las causas de la solidaridad, la multiculturalidad, la lucha contra la crisis climática. Hace unas horas se celebró también el Día del Agua. La poesía debe regresar a aquel espíritu de Wordsworth, que es el de la naturaleza como la gran casa de los hombres. Ahora, que los glaciares mueren, ahora que el deshielo producido por el calentamiento global abrirá nuevas rutas comerciales en el Ártico, ante la mirada ávida de los nuevos poderosos. Ahora que Groenlandia es un objeto de deseo. Groenlandia es la bandera. El símbolo de la nueva lucha que tenemos que acometer. Y la poesía, sí, como arma de futuro y presente.

 

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