Alberto Chicote, se cansó de decir en el teatralizado programa ‘Pesadilla en la cocina’ que muchos de los que se quedaron en paro en la crisis del 2008, se aventuraron y montaron un bar. Aquellas mismas tascas que abrieron la trapa con la inercia de la resiliencia catártica cerraron ante la presión de la triste realidad de unos hosteleros novatos que no tenían ni idea de gestionar un restaurante. Llevados por la falsa apariencia de que ponerse detrás de una barra y servir cervezas lo hace cualquiera, muchos se vieron obligados a desistir en su sueño quijotesco. No todo el mundo vale para eso, poner una caña tiene su aquel (lo dice uno que el otro día se tomó una sin alcohol y en lugar de lúpulo etílico aguado disfrutó de un anodino espumoso que sería un sacrilegio para todo enólogo). Cuando un bar lleva años abierto es porque algo hará bien para que así sea.
Ahora que se ha jubilado Miguel Gaitero, un mítico de Casa Blas, he pensado en el mimo y la constancia que habrán puesto los diferentes gerentes desde su fundador para que no se apague la sartén y el aceite nunca dejé de freír patatas. Muchos lo han intentado y otros lo luchan y consiguen día a día. Al evocar a Casa Blas no puedo evitar acordarme de las palabras del Chicote y relacionarlo inevitablemente con nuestra clase política. De la misma forma que en la recesión de 2008 unos cuantos se embarcaron en el naufragio profetizado antes de que pasara al abrir un bar sin tener ni idea de cómo gestionarlo, otros tantos se enrolaron en las filas de un partido político para ver si vivían del arte de lo posible. Una política llena de aventureros que no tienen ni idea de lo que se traen entre manos, circunstancia que ha quedado constatada con la Dana de Valencia. Nuestros dirigentes iban como ese camarero accidental que se ve desbordado con el servicio y es incapaz de atender a los clientes; no han sido capaces de escuchar las demandas de los damnificados. Si el mítico bar leonés estuviese regentado por nuestros dirigentes seguramente ya habría cerrado.