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A poner taquillas

10/03/2024
 Actualizado a 10/03/2024
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Mientras las bocas se llenan con las bondades y propiedades del patrimonio cultural para levantarnos más sonrientes y confiados en el futuro, le colocan una taquilla. He aquí la cuestión. Si el turismo y la cultura suelen ir de la mano en los órganos administrativos es porque esta ocupa menos de un tercio de la economía que anima aquel y hay que colocarla a su servicio. Poco importa en estos casos de quién es el objeto y por qué se conserva si puede dar dinero, poco importa a quién se lo da y cómo.

Para evitar deterioros, justifica, el ayuntamiento de Sevilla estudia poner precio a entrar en la plaza de España. El copago o repago por deambular en calles y plazas es la última frontera. Una frontera y expropiación que, no rasguemos hábitos ajenos, nuestra ciudad ha traspasado ya con alegría: la plaza Mayor y la de San Marcelo serán de pago este año una vez más para asistir a una procesión religiosa. Ya no solo se monopoliza espacio público privilegiado durante más de una semana, ahora, además, se cobra por acceder a él. Y recaudan entidades privadas, claro, por qué no, ya puestos. Se llenará, no cabe duda, porque se pone precio a lo que se sabe será pagado. 

Por el otro lado, siempre resulta curioso la sorpresa de cierta gente por el hecho de que los museos públicos sean gratis o casi y no sumen las cifras de visita que ellos consideran deberían tener, como si los museos solo se dedicaran a captar visitantes, como si no debieran hacer otra cosa que intentar cobrarles. Una forma de verlos reveladora de cortas miras. Juzgar a los centros culturales públicos por su número de visitantes manifiesta ignorancia, mala idea o ambas cosas a la vez. Sería como juzgar a un periodista por la cantidad de palabras que publica. Charlatanería. En ese mismo sentido no es de extrañar que tantos monumentos privados, sean museos o templos, sigan sin ofrecer gratuidad los días que la ley obliga a ello (cuatro al mes). Parece que, en el caso del patrimonio cultural, cumplir la ley fuese vicio, capricho o cosa de lo público. Primero está el turismo. Y los ingresos.

Pero no hay que preocuparse, ya tenemos pirámide. Nuestra Comunidad Autónoma, generosa productora de viejunas noticias sobre calamidades y memeces, ha decidido hacer el ridículo nacional e internacional declarando Bien de Interés Cultural, o sea, monumento, un adefesio fascista de la Guerra civil abandonado en un monte burgalés. Cuando aún no han alcanzado esa categoría de protección más edificios o lugares de los que cualquiera de nosotros fuéramos capaces de imaginar, el mamotreto de hormigón rancio llamado Pirámide de los italianos se ha alzado con el grado máximo de consideración patrimonial a velocidad supersónica. Ahora solo falta que lo propongan para la categoría de Patrimonio Mundial de la UNESCO y le pongan una taquilla.

 

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