Cualquier exceso es malo, no importan el sentido, la dirección o el punto de partida que siga un tirano. Las dictaduras ya no tienen cabida en nuestra época.
América Latina nunca tendrá el futuro que se merece si no termina de librarse de sus «dictadorzuelos», esos mandatarios que se infiltran en el poder como nuevos «mesías», salvadores de patrias a las que sólo pretenden asfixiar en su beneficio propio.
Son muchas las personas y también los indicios que otorgan una mayoría amplia a Edmundo González Urrutia, pero Maduro lo niega y se esfuerza en ganar tiempo para que una mafia china altere los resultados de manera fraudulenta. Mientras tanto, apoyado por militares, instaura el terror entre quienes no piensan como él. Ha hecho de su país una jaula de torturas.
Ser de izquierdas o de derechas es legítimo, pero no lo es justificar la pesadilla de pobreza, la ausencia de libertad de una nación por el hecho de que el tirano en cuestión sea de uno u otro color. Si Maduro realmente hubiese ganado, ¿qué problema habría en entregar las actas oficiales de las elecciones? ¿Por qué se niegan y cómo y por qué nuestro ex presidente Zapatero presiona internacionalmente para que la entrega transparente de estos documentos no sea exigida? Muchos gobiernos, incluido el español, ante las justificadas dudas sobre los resultados, están solicitando que se hagan públicas.
Unos políticos que alcanzaron el poder absoluto gracias a los medios de comunicación (recordemos a Chávez tomando la televisión para ganarse la voluntad de la ciudadanía), ahora demonizan las redes sociales.
Ojo. Cuidado. Cuando se cercenan este tipo de libertades en las que el Estado opina y piensa por ti, enciende tus alarmas. Ya no vivimos épocas de oscuros absolutismos. Venga de donde venga, el tirano debe irse.
Curiosamente fue Simón Bolívar quien dijo: «Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos».