Basta con sentarse en la misma orilla a la misma hora y observar con qué disimulo cada noche le va sisando un paso al día. Si me apuras, casi se ve llegar físicamente a ese otoño tan anunciado por los colores que envió de avanzadilla y ayer, dando un golpecito en la espalda al verano a modo de saludo y despedida, ocupar su sitio. Pero no sólo el humano está pendiente del relevo estacional y es coincidiendo con ese juego de luces y sombras en el que ellas van ganando espacio cuando, al amanecer o al ceder la tarde, empiezan a sonar bramidos en el fondo de los bosques. Parecen quejidos pero son reclamos que los lugareños conocen bien y valoran la suerte de ser testigos de uno de los espectáculos más impresionantes que la naturaleza tiene. La berrea, se llama. El concierto del bosque en el que los machos, perdiendo su timidez, salen a campo abierto, braman su amor salvaje para atraer a las hembras, marcando territorio y compitiendo con sus rivales a cornadas, si hace falta.
Habrá sido el aire o quizá influyesen las lluvias de esta semana, porque sabido es que cuanta más humedad y vientos haya transportando las feromonas de las hembras de peluquería en peluquería, mayor es la berrea del macho viejo. Sin saber qué, algo ha influido para que estos días lleguen berreas desde el asfalto, donde vetustos ciervos de la política, olvidado sus rivalidades, han salido de sus cuevas y unido sus berridos, que nada reconcilia más que machacar al prójimo. Si en su día comparé una reunión de barones (con B de miedo) con una jauría de lobos acabando con su lobezno Casado en un claro del bosque con nocturnidad y alevosía, lo ocurrido esta semana con la excusa de presentar un libro en el Ateneo de Madrid, se me asemeja más a un aquelarre. Con una puesta en escena perfecta, los fundadores de la tribu fingen hablar de la rosa y sus espinas, emitiendo sonidos demasiado parecidos a la berrea del ciervo y al choque de cornamentas en la lucha con sus rivales. También emitieron señales de humo fácilmente interpretables mientras daban rodeos alrededor de la hoguera. Y sobre el fuego, la caldereta con el culo ya quemado por el uso, lista para intentar de nuevo escaldar al presidente de su propio partido. Dicen que asistió el recientemente expulsado de la clase y el grupo más ‘histórico’ del poblado, ésos que tanto recuerdan el mobiliario de formica de la cocina de la abuela y los tapetes de ganchillo inundando la casa, que siguen ahí sin más función que ocupar espacio y que el tiempo ha indultado porque, de tan desfasados, ahora los llaman retro. Casi enternece la ingenuidad del señor Guerra en su tour promocional televisivo, más interesado en comprar voluntades que en vender libros, lanzando lamentos al aire porque algunos se empeñan «en ver la presentación de un libro como si fuera una conspiración». No hacía falta mencionarlo, señor. No hacía falta dar pistas. Ahora ya sabemos que lo era, aunque ni lo sospechábamos… Claro ejemplo de que a veces, hasta teniendo un mínimo de razón, se la quita uno mismo por las formas. Tan desleal y mezquina ha sido la actitud de los que un día dirigieron este país y fundaron un partido que hasta el ¡Basta ya! del señor Aznar parece un simple gemido y en su caso, le excusa llevar otras siglas.
Es poco creíble tanto ruido por una ‘supuesta’ amnistía, por una ‘hipotética’ concesión que aún nadie sabe si se ha hecho. Demasiado por si ocurriera. Demasiado que viene el lobo y rompe España y demasiado show para que los simples mortales entendamos tanta escandalera para tanto ‘porsiacaso’. La única amnistía que algunos recordamos iba unida a la palabra fiscal, aprobada por un tal Montoro. Amnistía que resultó ser un fraude anulado por el Constitucional años después, pero antes permitió traer fortunas escondidas a los que estaban defraudando al fisco español, mucho español. Eso sí que provoca miedo, merma servicios públicos y genera desigualdad social, sin que nadie nos pusiera autobuses a la capital del reino para gritar ¡Basta ya! Cuesta creer que hoy mismo, el partido que aprobó aquella amnistía ponga recursos para llevar, a gastos pagos, a todo ciudadano que quiera hasta Madrid, tomando como argumento «la defensa de la igualdad de los españoles» para que la sociedad pueda mostrar su rechazo por una porsiacaso amnistía. Delirante todo.
Que alguien explique a estos señoros que los jefes de tribu eran sabios y discretos y los abuelos del pueblo, serenos y prudentes. Y todos ellos supieron retirarse a tiempo. Que dan mucha pereza los seres endiosados creyéndose eternamente líderes. Que regresen a la caverna y si la sangre les pide salir de nuevo, lo hagan lo más silenciosos posible porque ya no están para berreas y las mujeres actuales, además de visitar peluquerías, andan a otras cosas. Tanto los de unas siglas como de otras, quedan invitados a esta tierrina a ver la berrea y comprobar las dificultades para llegar en transporte público, de querer hacerlo. Por si quisieran fletar autobuses para algo bello…