Bienaventurados los pacíficos, que no es lo mismo que pacifistas. Si todo lo que se gasta en guerras, se empleara para erradicar el hambre en el mundo y otras miserias, sobraría dinero. Pero no podemos ser ingenuos. El adagio latino «si vis pacem, para bellum», si quieres la paz, prepárate para la guerra, no ha perdido actualidad. Lo ideal es que la policía no tenga que usar sus armas, pero eso no quiere decir que no tenga que llevarlas consigo. Sería muy deseable que no se gastara tanto en armamento, pero de poco valdrían nuestras buenas intenciones, si hay gente mala, armada hasta los dientes, con deseos de invadir todo lo que se les ponga por delante.
Europa hasta el presente ha sido bastante defensora del pacifismo, pero en la confianza de que otros, en caso de peligro, le sacaran las castañas del fuego. Pero ahora no parecen los tiempos propicios para actuaciones como el desembarco de Normandía o la intervención estadounidense para poner fin a la guerra de los Balcanes. Por eso los europeos tratan de ponerse las pilas, unos más convencidos que otros. Más aun, nos advierten para que estemos preparados y tengamos un kit de supervivencia. No parece que se esté tomando muy en serio. En todo caso, si viene una guerra, lo más importante sería estar confesados. Y no lo decimos en broma.
Es verdad que Putin no parece ser tan fuerte como lo pintan, pues pensaba que la invasión de Ucrania sería un breve paseo militar y no ha sido así. Pero hay armas muy destructivas, ya sean atómicas, biológicas o químicas, que pueden hacer mucho daño en manos de un tirano. Menos cruenta sería una guerra cibernética, que sería capaz de provocar un enorme caos. Y tenemos un nuevo modelo de guerra recién estrenado, que es la guerra arancelaria, cuyas consecuencias pueden ser desastrosas. En España nos pueden atacar por detrás y por delante, no solo por el Norte, sino también por el Sur. Marruecos puede darnos alguna desagradable sorpresa.
Finalmente, cabe preguntarse si no tendremos el enemigo en casa y si caminamos hacia la autodestrucción. ¿Está realmente preparado el pueblo español para lo que pueda sobrevenir? Da la impresión de que no mucho. Sea por ignorancia, por apatía, por ingenuidad, por desidia o por pereza mucho nos tememos que no somos conscientes de la realidad. Lo peor de todo sería que nos diéramos cuenta cuando ya sea tarde. No es cuestión de alarmar, sino de saber que, aunque parezca una paradoja, no hay paz si no estamos preparados para la guerra.