El acto de dar clase es a la vez un privilegio y un desafío que ningún gañán debería subestimar en ninguno de los dos aspectos.
Dar clase es un privilegio porque supone disfrutar de un púlpito desde el que transmitir recibiendo un nivel de atención alto (por lo menos de primeras) para lo cara que se paga aquella hoy. Y ha de respetarse porque lo dicho y hecho puede tener un efecto directo en el público, lo que no es baladí («es nacional, no es cualquiera» que diría el vecino aquel de Móstoles hablando de Casillas durante su anterior pico de atención mediática).
Dar clase es un desafío porque no es una actividad sencilla ni natural. Enseñar requiere seguir unos pasos o un pequeño método, más allá de toda la libertad de cátedra que se quiera reivindicar. La cosa empieza con los preparativos. Preparar la clase es eso que señalan los docentes como trabajo invisible pero esforzado siempre que alguien les recuerda que el número de horas lectivas que dan no cubre ni la mitad de la jornada laboral (esa de la que está en lucha su reducción general una vez más). Hay pocas cosas que superen en cutrez al exponer una clase no preparada en absoluto que derive en una chapa lectora de esas en las que el conferenciante se sienta a leer el texto directamente desde una pantalla de móvil. Cuesta trabajo la preparación, conque pienso que quien no lo hace es porque permite que la vagancia se imponga a la vergüenza.
En los niveles educativos obligatorios el libro de texto allana el camino para estructurar la clase, pero más adelante o en otros entornos hace falta un esquemita, una chuletita. No se entiende que haya tanto miedo a la chuleta cuando lo que parece es que no llevarla en la mayoría de los caos conduce a un desastre seguro lleno de lagunas, bandazos y estiramiento del chicle.
Luego está lo de la vigencia del contenido. Vale que las matemáticas son las mismas que hace décadas (si no siglos) pero en lo relacionado con materias como las tecnologías de la información y las comunicaciones dar lo mismo que hubiese podido darse quince años atrás es negligente y peligroso.
El alumno es un ser (de comportamiento animalesco a veces) que merece el respeto intelectual del docente, así que, docentes del mundo, por favor, ¡preparen, que algo queda!