La estrategia de la crispación que padecemos desde hace ya demasiado tiempo está llevando a la sociedad a una polarización extrema en la que las personas defienden sus postulados con una exaltación comparable a la cuarta ronda de vinos un viernes de húmedo tras la semana de curro.
Leía hace unos días un tira cómica del genial Luis Dávila, ilustrador gallego creador de ‘O bicheiro’, en ella un cerdo exhibía una pancarta en la que se leía «Puigdemont a prisión» mientras el ganadero lo miraba, escondiendo un afiliado cuchillo de matanza y pensaba: «Qué pouco claras tes as túas prioridades»… Qué brillante metáfora de la realidad. No digo que todas y todos no podamos tener legítimamente diferentes visiones sobre el conflicto de convivencia en Cataluña, la ley amnistía, la constitución o el beso de Rubiales pero de ahí a convertirlo en único propósito vital para ‘putodefender’* España (*del imponderable léxico credo por los Cayetano Borrroka) me parece excesivo, forzado y provocado por quienes no aceptan los resultados de las elecciones que daban por ganadas, craso error, siempre se pierden las contiendas que se dan por ganadas y las que se dan por perdidas.
Cierto es que desde las épocas del pan y el circo no hay mejor entretenimiento que el sentimiento de pertenencia a algo que se identifica con una bandera o enseña, como un equipo de fútbol, una cofradía o un país, a partir de ahí amamos tanto que dejamos de amar bien y se nos olvidan las prioridades que siguen ahí aunque nuestra preciada atención, que tanto dinero mueve, se dirija hacia otro lado.
Prioridades como la matanza de civiles inocentes en Gaza, frente a la que la comunidad internacional empieza a alzar la voz pero de manera tan tenue que no sirve para cesar el horror. Como las 55 mujeres asesinadas en España víctimas de violencia machista en lo que va de año, mientras soportamos los discursos ultraderechistas que blanquean a los maltratadores y niegan la violencia de género. Como la historia de terror de la abogada berciana Raquel Díaz en la ‘finca de los horrores’, que hiela la sangre y enciende la ira al comprobar como en la actualidad sigue tan en vigor la existencia de caciques desalmados y violentos capaces de pagar el silencio cómplice de vecinos, empleados y servidores públicos. ¿Cuánto cuesta encubrir un crimen? ¿Mirar hacia otro lado ante la tortura y el maltrato de un ser humano? ¿Tiene precio olvidar la obligación moral y legal de auxilio? ¿Por qué tan poca gente se rasga las vestiduras por defender a Raquel?
Algunas de estas preguntas pueden parecer ingenuas pero evidencian vergüenzas tan grandes que no se pueden tapar con banderas. Nuestras prioridades nos definen y se unen a las de otras personas creando esa fuerza que mueve montañas y pone y quita gobiernos que se llama opinión pública, por eso son importantes y conviene no confundirlas para no acabar como nuestro porcino amigo de la viñeta de ‘O bicheiro’ porque, aunque se retrase por ese obstinado cambio climático que se empeña en llegar aunque lo nieguen, al final siempre cae la cencellada propicia y a todo cerdo le llega su San Martín.
María Rodríguez es doctora en Veterinaria por la Universidad de León (ULE)