Hacía ya mucho tiempo que tenía entre ceja y ceja acercarme a Prioro, en la Montaña Oriental Leonesa –a unos noventa kilómetros de la capital–; y no hace tanto que, por fin, estuve por allí. Toma nota, que es una de esas visitas que se disfrutan al máximo… en un entorno que es una auténtica maravilla.
Da gusto pasear por sus calles e ir descubriendo los lugares más emblemáticos… Como la iglesia, de cuya espadaña no se ha querido borrar la huella de aquel rayo que le cayó el 19 de abril de 2006. De hecho, algunos objetos recogidos entonces se encuentran en el ‘Museo Etnográfico y de la Trashumancia’ de la localidad, en donde se da a conocer la esencia de esta tierra, en la que, precisamente, la trashumancia ha sido fundamental; de hecho, cada verano se celebra la ‘Fiesta de la Trashumancia’ –el año próximo se cumplirán treinta de su primera edición–, a la que merece la pena asistir.
Pero lo que más me llamó la atención fueron los hórreos que me iba encontrando por el pueblo. Son, como sabes, construcciones tradicionales que estaban dedicadas al almacenamiento y conservación de alimentos, para protegerlos de la humedad y de los roedores. De planta rectangular, se sustentan generalmente sobre cuatro pilares o ‘pegollos’, encima de los cuales sobresalen las ‘tornarratas’, piedras alargadas que sostienen las vigas sobre las que se encuentra el piso. La cubierta suele ser de teja árabe; y la escalera o ‘subidero’ –no llega a la altura de la puerta para evitar así el acceso a roedores–, que en otros lugares es generalmente de piedra, en Prioro es habitualmente de madera.
Debe de haber como una quincena de hórreos en el pueblo –a la entrada se encuentran tres juntos–, unos mejor conservados que otros –y alguno restaurado no hace mucho tiempo–, en su mayoría privados. Pero no hay –o, al menos, yo no encontré– ningún plano con todos ellos señalizados, ni tampoco un recorrido propuesto, ni nada similar que, a buen seguro, sería de gran utilidad. Y los pondría aún más en valor.