Proactivos

Hace dos semanas les recomendé el bestseller Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva de Stephen Covey. El primero de ellos es la proactividad.

Más allá del determinismo genético –la culpa es de los abuelos–, del determinismo psíquico –la culpa es de los padres– o del ambiental –la culpa es del patrón, de la esposa, de la situación económica o la política nacional– entre el estímulo y la respuesta está nuestra libertad interior de elegir, como nos enseñó Victor Frank (‘El hombre en busca de sentido’): él podía decidir cómo podía afectarle sobrevivir en un campo de concentración después de que sus padres, su hermano y su mujer murieran en cámaras de gas. Porque proactividad no significa sólo tomar la iniciativa. Significa que, como seres humanos, somos responsables de nuestra propia vida. Nuestra conducta es una función de nuestras decisiones, no de nuestras condiciones. Podemos subordinar los sentimientos a los valores: tenemos la iniciativa y la responsabilidad de hacer que las cosas sucedan.

En este sentido, las personas proactivas llevan consigo su propio clima. «La capacidad para subordinar los impulsos a los valores es la esencia de la persona proactiva. Las personas reactivas se ven impulsadas por sentimientos, por las circunstancias, por las condiciones, por el ambiente. Las personas proactivas se mueven por valores: valores cuidadosamente meditados, seleccionados, interiorizados».

Hasta que una persona no pueda decir, profunda y honestamente, «Soy lo que soy como consecuencia de mis elecciones de ayer», tampoco podrá decir «Elijo otra cosa». Lo que nos hiere o daña no es lo que nos sucede, sino la respuesta a lo que sucede. En otras palabras, lo que más importa es el modo en que respondemos a lo que experimentamos en la vida.

El hábito de la proactividad podemos ejercitarlo en todos los ámbitos de nuestra vida pues ese espacio entre el estímulo y la respuesta es el que nos hace humanos.