El pasado sábado se celebró la fiesta de San Froilán en La Virgen del Camino, a dónde acuden miles de personas a tirar de las narices a la efigie del Santo, a comer pulpo y a comprar avellanas. Cada año que pasa ocurre que va más gente a la celebración, como si fuese un picnic multitudinario o una sesión de baño estival en las playas de Marbella, pongo por caso. Quedan pocos, la verdad, que vayan por motivos religiosos, cuándo antes, en los años en que mandaba el General, eran los más habituales. Iban andando desde León, es un paseo, a cumplir un voto o una penitencia. En cualquier caso, aquí, en el comienzo del páramo leonés, las cosas no son tan radicales como en las romerías gallegas, dónde hay personal que acude a las ermitas de rodillas o, incluso, con la caja de pino a la espalda para agradecer al santo, a la santa o a la virgen tutelar de la ermita, el haber sanado, el haber aprobado una oposición de las chungas o el haber encontrado a un hombre, o una mujer, para compartir el resto de su vida. La más famosa de todas las romerías gallegas es la de San Andrés de Teixido, lugar espectacular, único en su belleza, dónde el refrán afirma que «va de muerto quién no va de vivo»; es muy sencillo: si alguien que había prometido ir a honrar el lugar dónde el Apóstol Andrés desembarcó en Galicia en vida, su alma en pena debía encontrar a un amigo, a un familiar, que lo hiciese en su lugar una vez muerto, porque, sino, se uniría a la ‘Santa Compaña’ para toda la eternidad. Para más información, leed ‘El bosque animado’, uno de mis libros de cabecera, y preguntad por Fiz de Cotovelo...
Uno conoció, a lo largo del tiempo, a mucha gente que es de esta laya... Sin ir más, lejos, Luis Felipe: es un tipo más rojo que Zapatero, ¡dónde va a parar!, qué un buen día decidió presentarse a las elecciones municipales de su pueblo. Al principio, rebosaba entusiasmo, seguro de su victoria; Luis Felipe es listo como el hambre, licenciado en una carrera de las de postín, dueño de una empresa pionera en la provincia en el aprovechamiento de residuos vegetales para fabricar compost: un hacha, un adelantado a su tiempo.... Su contrincante era todo lo contrario: un cacique que no sabía hacer una ‘o’ con un canuto, un tipo que era alcalde desde hacía veinte años porque nunca había tenido contrincantes como dios manda, y que compraba los votos a base de extrañas maniobras: dando comida de la Cruz Roja a quién no lo necesitaba, concediendo licencias de obras a todas luces fraudulentas, emborrachando o llevando de putas a los indecisos...; un desastre, vamos. ¿Cómo iba a perder Luis Felipe contra semejante gañán? Pero a medida que se acercaba el día de las votaciones, mi amigo estaba cada vez más acojonado. No podía soportar la idea de perder. Su reputación, hasta entonces inmaculada, caería hasta llegar a ser insoportable. No podría salir de casa, eso pensaba, y le roía el hígado, el corazón y hasta el riñón izquierdo. Su mujer, una infeliz que se había casado enamororadísima del elemento, era de misa y de comunión diaria, de rosario en familia (qué rezaba sola), y de imágenes de santos en un pequeño altar que tenía al lado de la cama matrimonial. Luis Felipe soportaba estas rarezas porque, en el fondo, también estaba colado de la doña, que, además, estaba más buena que un pan de dos kilos. El caso es que, en su desazón, una noche después de un recado reconfortante, se abrió en canal con su esposa, contándola todas sus preocupaciones. Ella (la cabra siempre tira al monte), le recomendó que elevase sus plegarias al señor y, que ofreciese como penitencia, ir andando desde su pueblo hasta Barrillos de las Arrimadas, dónde en septiembre se celebra la romería de la Virgen de los Remedios. Luis Felipe, al principio, era muy reacio, pero se acordó de aquel Rey francés que dijo aquello de «París bien vale una misa» y pensó que, en el amor, todo vale; y si no que se lo pregunten al Netanyahu ese que se alía hasta con el diablo para conseguir sus fines. Total, que hizo la promesa ante la Virgen y ante su santa esposa.
Por fin, llegó el día fatídico y, al finalizar el recuento de los votos, Luis Felipe se vio convertido en alcalde de su pueblo con una mayoría abrumadora. Os preguntaréis si cumplió con el voto. ¡Qué va! Hizo lo de aquel asturiano que con una tormenta que ríete tú del Hortensia tenía que pasar por un puente de esos de tablas y cuerdas que ya de por si dan mucho miedo: primero pidió a Dios que le ayudara a llegar sano y salvo a la otra orilla; luego, por si acaso era poca influencia, se lo rogó a Pedro Botero y, con su ayuda, llegó con bien al otro lado. ¿Qué hizo al verse sano y salvo?, pues un corte de mangas por su sitio a los dos. El caso es que Luis Felipe olvidó su promesa: ganó una alcaldía pero perdió una esposa. El piensa que salió ganando, pero es mentira. El que ganó fue un servidor que la consoló a base de bien... Hay que cumplir siempre lo que se promete. Salud y anarquía.