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A propósito de ‘Ciertos deslumbramientos’ *

16/03/2025
 Actualizado a 16/03/2025
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Las buenas fotografías siempre son retratos. De un lugar, de un tiempo, de una vida, de las cosas; de las cuatro categorías a la vez. Se debe optar, no obstante, por un tipo de retrato. En el caso de los objetos, descubrir su hálito, quizás la mayor paradoja, implica tratarlos como personas. Revelar en ellos a quienes los usaron o los confeccionaron, los lograron, maltrataron, abandonaron. Una máquina de escribir anhelando los dedos que la hicieron sonar, unas frutas en el esplendor de su maduración aún no mordidas, una vieja maleta por deshacer... 

El género que en nuestro idioma llamamos bodegón se enriquece en otros: nature morte, Still life... Vida detenida, quieta; capturada al fin. No es extraño que José Ramón Vega, gran retratista, logre ese empeño. Lo hace, por supuesto, gracias a la luz, arma y alma del fotógrafo. Una luz que derrama onda a onda, fluida o súbita, como una bendición inaudita sobre las cosas, existencias en absoluto insensibles. Las muestra como nunca antes fueron ni volverán a ser.

Existen muchos tópicos sobre la fotografía, pero pocos tan toscos en su simpleza como el que pretende conferir inmortalidad. Más ahora, que sepultamos cada imagen en un alud de ellas a sabiendas de que no habrá redención para ninguna. Y nada más lejos de esa pretensión en el caso de algunos fotógrafos, muy pocos, como es el caso de Vega. Por contra, sus imágenes honran la mortalidad, el fogonazo inmisericorde de vida al borde de la desaparición, ese precipicio. Más en los deslumbramientos que trae al Museo, convertidos en portada (pórtico) de pequeños epítomes sobre la belleza, condición tan transitoria como inquebrantable.

Decían los primeros aedos que la mortalidad provocaba la envidia y alentaba el ánimo de venganza de los dioses antiguos contra el género humano. Condenados a un aburrimiento empíreo, maquinaban mil y una artimañas que pusieran a prueba el fundamento del tiempo mutilado y único, el valor de su abnegación. Aunque dominen el cosmos, jamás un dios fue heroico. Persigue Vega con su cámara un sentido a ese sacrificio como quien inmovilizara, escurridizo, el estertor y la capitulación. Con la misma sensación de perder la batalla sin final que inflamó a los pintores holandeses del Barroco y con su misma obstinación. No hay otra belleza que aquella a punto de sucumbir.

Y, por supuesto, no es extraño sino más bien lógico, con esa lógica extraña de los emparejamientos, que Tomás Sánchez Santiago lo acompañe y complemente en esta muestra. ¿Qué podría escribirse de un escritor si lo ha hecho él mejor? Nada es azaroso. Así sus líneas: «Con la desesperación contenida / de los que fían a un dios innominado / la roída sustancia de su vida».

(* El Instituto de la Lengua de Castilla y León trae hasta el Museo de León una exposición fotográfica y literaria, de José Ramón Vega y Tomás Sánchez Santiago, titulada ‘Ciertos deslumbramientos’, hasta el 4 de mayo y con entrada gratuita).

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