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Psicópatas al poder

21/07/2024
 Actualizado a 21/07/2024
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En ‘American Psycho’ Bret Easton Ellis no escatima en descripciones de «actos inefables» ni tampoco en listados de los atuendos de sus personajes. También se detiene en las características de los equipos de música último modelo o en interminables listas de regalos de navidad, desde abrecartas a gemelos, perfumes o cacharrería electrónica de finales de los 80. Igualmente prolijos son sus análisis musicales, como los de Phil Collins, Whitney Houston y, sobre todo, Huey Lewis and the News. Sin embargo, uno termina sus 528 páginas (edición de bolsillo) sin saber a qué se dedica exactamente Patrick Bateman, su protagonista.

Sí, sabemos que es socio de una firma financiera en Nueva York. Y sí, que gana mucho dinero, aunque tampoco le hace mucha falta, debido a que viene de una rica familia que le ha pagado los estudios en Harvard. Conocemos todos los rituales que rodean a los ejecutivos de Wall Street, desde las cenas en restaurantes carísimos en los que resulta casi imposible conseguir una mesa (el Dorsia como objetivo inalcanzable para el psicópata del título, aunque para otros sus puertas se abran de par en par), las fiestas con modelos y el consumo desaforado de cocaína. Pero, ¿ante quién tiene que rendir cuentas su protagonista? ¿Qué se dirime en esas reuniones a las que acude? ¿Qué actividad le reporta los sustanciosos ingresos para mantener su obsceno nivel de vida? ¿Por qué nadie le dice nada cuando llega tarde después de una noche de asesinatos?

El trabajo no es, desde luego, la principal preocupación del protagonista. Cuando su secretaria le interrumpe, él se encuentra haciendo crucigramas o mirando revistas con la programación de televisión o la sección de cotilleo del periódico, a ver si encuentra cuál es el local de pizza preferido de su ídolo, Donald Trump. No hay éxitos ni fracasos laborales, y las cuentas de las firmas se consiguen de una forma bastante aleatoria. Se podría decir que Bateman, igual que sus amigos ‘yuppies’, es completamente prescindible dentro de la maquinaria que hace moverse el Nueva York de la novela.

Y, sin embargo, ahí están: entregando tarjetas de visita, acudiendo a fiestas, en primera fila de los conciertos de U2… Criaturas de un ecosistema interconectado en el que sus componentes viven relaciones de interdependencia. Ahí Ellis dio en el clavo y predijo el mundo de hoy: una casta de directivos empresariales, culturales, políticos y sociales que no sé sabe muy bien qué ofrecen, pero que son recompensados muy generosamente por su supuesta actividad. Como si su única función fuese recibir dinero por no hacer nada.

 

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