La frase es de António Guterres, Secretario General de la ONU: «la humanidad ha abierto las puertas del infierno». El tono es melodramático pero expresivo, aunque sería más conveniente (y menos rotundo) decir que llevamos abriéndola una temporada larga. Y seguimos.
Ya no estamos hablando de datos científicos, cifras, récords o hipótesis más o menos razonables, estamos tratando de lo que notamos cada día en nuestras propias vidas. El problema ha pasado de la ciencia a la experiencia. Este verano, y ya son varios seguidos, las olas de calor se han llevado por delante casi cuatro semanas de sus tres meses: durante un tercio de las jornadas estivales en buena parte de este país y en muchos otros salir a la calle se ha convertido en un riesgo para la salud aparte de provocar gran malestar. Las noches sin acondicionar el aire de nuestros domicilios, convertidos en búnkeres climáticos, han sido insoportables: infernales (también) según la terminología científica cuando no bajan de 30 grados. Y el problema ha continuado con las danas y gotas frías que han arrasado el Mediterráneo después, por no mencionar incendios o riadas a escala descomunal.
No queda mucho para que grandes extensiones de los lugares más poblados empiecen a considerarse inhabitables durante largas temporadas. O lo que es lo mismo para los turoperadores: la gente empieza a preferir el norte cantábrico para sus vacaciones. El planeta nos está dando demasiados avisos. De cierta manera la pandemia mostró un camino que hemos olvidado como olvidan los enfermos la enfermedad si esta desaparece por completo. No habrá amnistía para este, el dilema de nuestro tiempo.
El Secretario de Naciones Unidas insta a los gobernantes a acotar la avaricia de las industrias contaminantes. Pero a estas alturas hemos dado tanta marcha atrás que aún hay quien se empeña en engrasar los goznes para que sea más practicable esa puerta del Averno. Partidos políticos que niegan el problema climático, cargos públicos que lo ridiculizan o retiran modestas medidas contra él, risitas de suficiencia… En resumen y con una metáfora como la de Guterres que agradaría a los citados: aliados de las tinieblas. Tipejos, prefiero decir, que no provocan la guasa como si fueran chiflados terraplanistas porque estos no cuentan con dinero y poderes públicos para meter la pata de todos y aquellos sí. ‘Fundamentalismo climático’ es una expresión que cada vez que oigo o leo me provoca la sensación de estar no solo ante un irresponsable, sino ante el responsable de muertes directas, actuales y futuras. Ante un homicida en el grado que corresponda según la ley. Una ley que quizás no exista aún pero que llegará cuando las puertas del Hades estén abiertas de par en par y el juicio de la historia se parezca demasiado al juicio final.