La prueba más evidente del éxito y la vigencia de nuestra Constitución, su capacidad para adaptarse a los cambios de la sociedad, es que a nuestros políticos les parecían pocos cuatro días de puente y decidieron celebrar la fiesta el día antes, no vayan a perder un minuto de su escaso tiempo libre por rendir homenaje a un texto que, la verdad, ni es tan antiguo como la Biblia ni tampoco tiene tanta calidad literaria. Los dos tratan de moralizar desde la ficción, en uno por los panes, los peces y las aguas que se abren a tu paso y en el otro porque la era de la desinformación, de la que todo el mundo habla como si fuera víctima y los culpables fueran todos los demás, comenzó ya desde sus primeros artículos, lo de que todos los españoles somos iguales ante la ley y que todos tenemos derecho a una vivienda digna. Así que, pese a tantos teóricos, lo único que adaptamos de la Constitución a nuestros tiempos es el puente que genera, reducido en Madrid por capricho de Ayuso sin que nadie se lo eche en cara y convertido en acueducto en Navarra sin que nadie se lo agradezca a Chivite, porque en este país sólo se debate de lo verdaderamente importante: si fue antes el huevo o la gallina, si fue antes una filtración o la otra, si enmiendas tú o te enmiendan a ti...
Con el tiempo, el derecho constitucional que mejor hemos asimilado ha sido el derecho al puente, convertido ahora en una especie de ensayo general de la Navidad, por aquello de que vamos todos a hacer lo mismo, el mismo día y a la misma hora, que siempre es básicamente comer y beber pero con sus atascos, sus luces navideñas y sus codazos para hacerse hueco en las barras. Cambian, si acaso, la indumentarias, que en este puente son más de Quechua porque algunos consideran senderismo ir de un bar a otro y en Navidad se tira de lentejuelas por menos de nada. Los excesos son parecidos y hasta nos han puesto un día para hacer compras antes del puente, para que todo se parezca aún más, tienes para escoger entre el viernes negro o el lunes azul, que pronunciado en inglés suena muchísimo menos paleto, claro, lo que sumado a que hace muy pocas semanas celebrábamos el Día de Todos los Santos haciendo lámparas de las calabazas y diciendo «truco o trato» por las puertas nos deja ya a solo un paso de celebrar también el Día de Acción de Gracias rellanando un insípido pavo y bailando como Donald Trump, que dicen los más nostálgicos que en realidad imita a María Jesús y su Acordeón con sus ‘Pajaritos a bailar’.
Con este puente le pasa a toda España lo mismo que a los jóvenes leoneses desde hace medio siglo: parece que quedarse en casa es sinónimo de fracasar, aunque el paso del tiempo nos termine demostrando lo contrario. Todo el mundo se tiene que mover y León también se convierte en uno de los destinos más atractivos, que en realidad lo es durante todo el año, pero para otras vacaciones más ambiciosas a algunos les parece poco. Dicen las estadísticas que ahora vienen más madrileños que asturianos, ya no se dice Barrio Húmedo sino Cajco Antiguo, y no hace falta ser ningún lince para saber que las distancias importan en este tiempo menos que las comunicaciones y se tarda menos en llegar aquí desde Chamartín que desde Tineo. La gastronomía es el principal reclamo que atrae a los turistas, según ellos mismos confiesan en las encuestas que, es de suponer, responden mientras intentan hacer la digestión. En cuanto a los monumentos, para sorpresa de nadie, la Catedral sigue siendo el más visitado, y lo era ya incluso antes de haberse convertido, ahora sí, en el templo gótico más hermoso y mejor conservado del mundo tras la última restauración de Notre Dame que, inaugurada ayer con la pompa propia de los franceses, ha convertido la catedral parisina en una suerte de centro comercial por el que se pasearon dirigentes de todo el mundo para rezar un poco y limpiar sus conciencias entre ventas y compras de armas. Dicen que a Macron le ha parecido poco resplandor y que, como las urnas se lo niegan, quiere pasar a la historia sustituyendo las vidrieras por otras más modernas. A todos ellos les vendría muy bien conocer la historia de Cayo Jesús Fernández Espino, leonés de Valencia de Don Juan que, atemorizado por si los bombardeos de la Guerra Civil destruían las vidrieras de la Catedral leonesa, se escondió durante varias noches en el coro para, con la ayuda de unos prismáticos, dibujarlas y poder hacer una réplica de cada una de ellas si fuera necesario.
Un descuido durante una de sus infinitas restauraciones originó el incendio que destruyó Notre Dame, cuya magia, por lo que cuentan las crónicas, no ha sobrevivido a la siguiente restauración. La fórmula parece la misma en todas las épocas y en todas partes: con el dinero de todos se pagan las obras y luego se cobra entrada para que lo ganen los de siempre, los que dan y quitan perdones y penitencias según la generosidad de las limosnas. Aquí tenemos nuestro flamante Museo de Semana Santa como mejor ejemplo. Menos mal que en este puente también los leoneses salen de su tierra, aunque sea sólo para que sus amistades vean que han triunfado y que tienen una vida interesantísima, así que podemos estar seguros de que, a estas horas, en cualquier parte del mundo, desde Notre Dame a la mismísima Taranilla, habrá alguien comparando lo que esté viendo y diciendo: «Pues en León...».